Los dioses del Olimpo: leyendas mitológicas (fragmento)Braulio Arenas
Los dioses del Olimpo: leyendas mitológicas (fragmento)

"Sí, como hay mamíferos que, por una razón u otra, tienen que vivir adentro del océano, viéndose obligados a salir a la superficie para respirar, las sirenas -según afirman- deben salir a la superficie para cantar.
De este modo entendidas las cosas, el canto suyo es su respiración.
Aunque, según ellas, su canto podría ser considerado como un simple fenómeno biológico, por parte de los hombres se ha esparcido la leyenda de cuán funesto es escucharlas.
Sabedor de estas novedades, en su viaje de navegación hacia Ítaca, el prudente Ulises al llegar a la isla de las sirenas, ocultas éstas en los arrecifes, ordenó a la tripulación que se taponara los oídos con cera, una operación que fue cumplida al pie de la letra, mientras él mismo, para evitar la mortal asechanza del canto, se había hecho amarrar al mástil, previamente.
Sin embargo, en aquel momento, las sirenas no cantaron, pues consideraron inútil su hechizo, al advertir que la tripulación tenía las orejas taponadas con cera y que Ulises mismo -su presa codiciada- se había hecho amarrar al mástil del navío.
No cantaron, lo que es infinitamente más grave, pues si peligroso es el canto de las sirenas, lo es todavía, en mayor grado, su silencio.
Habría que leer a Franz Kafka: "Pero Ulises, si así se pudiera decir, no escuchó su silencio. Pensó que ellas cantaban en ese momento, y que era sólo él quien no las escuchaba. Durante un corto espacio de tiempo vio que sus gargantas subían y bajaban, que sus pechos se expandían, que sus ojos se llenaban de lágrimas y que sus labios se entreabrían, pero él creyó que dichas expresiones eran el acompañamiento natural de sus canciones que morían a su alrededor sin ser escuchadas. Sin embargo, casi inmediatamente, ya que su mirada estaba fija en un punto lejano, todo desapareció de su vista. Las sirenas, literalmente, se desvanecieron ante su resolución, y en el momento mismo en que ellas estuvieron más próximas a él, Ulises no supo reconocerlas como tales".
La moraleja que podríamos extraer de esta observación de Kafka acaso nos deje un sabor amargo. Según esta moraleja, nosotros llevamos, en toda ocasión y en toda circunstancia de nuestra vida, un mástil del cual nos amarramos, a la primera advertencia sobrenatural del exterior.
No decimos que esto no sea aconsejable, salvo en la prisa con que nos precavemos de la asechanza de lo maravilloso, sin examinar antes, a ciencia cierta y con alguna profundidad, el grado de peligro que la maravilla significa. "



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