Baudelaire (fragmento)César González Ruano
Baudelaire (fragmento)

"Esta complacencia por lo suntuario y vernáculo, revela, claro es, un nacimiento al menos acaecido en el seno de una acomodada burguesía. ¡Cómo sentimos esto quienes nacimos, débiles de fortuna, conociendo por tradición y desvaída estampa infantil esos grandes y fríos salones entarimados de miedo, enguatados en el silencio de antiguas sedas! Una de las primeras cosas que me hizo amar a Baudelaire, en cuanto me asomé a la pavorosa cisterna de su vida, fue verle, de niño, pálido y vestido de terciopelo. Hay como una masonería, como una dignidad orgullosa de origen en todos los que desfilamos por el mundo vestidos de harapos o de dandis, una masonería de manos largas y finas, de angustiada suavidad de piel, por la que nos reconocemos quienes fuimos niños pálidos vestidos de terciopelo, los que merendábamos en colegios tristes y volvíamos a una casa que tenía la fina y modesta suntuosidad de últimos tapices heredados, de cuadros antiguos, de esos que, en la mala hora, cuando se venden, nos hacen adquirir el aire tremendo del caballero que vende su castillo, mandando picar los escudos sostenidos por monstruos heráldicos.
Baudelaire, aunque de un origen más humilde que el que él decía, era, sin embargo, esa cosa finísima, sutil, puesta tantas veces en solfa, que tiene hoy un nombre sencillo: "Un señorito." Porque es mucho más difícil y mucho menos estúpido de lo que se cree, eso de ser "un señorito", y sólo los que lo son, pueden gastar con dignidad el dinero que no tienen, beben el chocolate sin manchar la jícara ni ensuciase los labios y engolfarse sin ser más golfos.
Lo de sus antepasados, desde luego, fue una simulación. Parece que ni la sífilis, ni aquella locura que le amenazó varias veces sin herirle nunca, ni su impotencia, ni sus desgracias, en fin, tenían ninguna razón genealógica, hermosa y antigua, como una herencia de podridas rosas. Dos hechos irrebatibles, sin embargo, hay que dejar aquí bien sentados, apuntando todo un mentís a lo dicho, dejando oscuro y ecléctico este punto médicamente explorado: Charles Baudelaire es hijo de un sexagenario. Charles Baudelaire muere paralítico, igual que su hermanastro.
"Mis antepasados -ha escrito en sus "Diarios íntimos"-, locos o maniáticos, en solemnes viviendas, muertos todos víctimas de sus furiosas pasiones..."
Y, sobre todo, él que tanta importancia concedía a lo genealógico, él que amaba la ciudad hasta desdeñar el campo y juzgar estúpida la Naturaleza, era nieto de un campesino y descendía de una familia campesina. Esta verdad, dudosa para muchos, parece bastante clara gracias a sus más documentados biógrafos, Eugène y Jacques Crépet, que logran identificar a los abuelos paternos del poeta y dar alguna luz a la rotunda oscuridad que rodeaba la línea de su madre. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com