Perseguidoras (fragmento)Clara Usón
Perseguidoras (fragmento)

"Suspiró de alivio cuando el número 10 de la calle Vista Bella se materializó ante sus ojos como una torre de color crema y aire discretamente neoclásico, con un pequeño jardín de grava en el que había dos coches aparcados, y Adrover dijo: «Ahí está el Mercedes de Viladrau», refiriéndose a un cochazo negro que casi tapaba la entrada de la casa. Ésta tenía corridas las cortinas de los amplios ventanales de la planta baja, pero por dentro estaba iluminada.
Les abrió la puerta una mujer madura, lo que sorprendió a la abogada, pues la voz del teléfono era de persona joven. Le costó poco darse cuenta de dónde se hallaban; el aspecto de la mujer, de un brillo chillón y una vulgaridad ostentosa, y el salón recargado de muebles, molduras doradas y plantas exuberantes, con una alfombra roja y un espectacular suelo de mármol, parecían proclamar a gritos: «Esto es un burdel y yo soy la madame». Se trataba de lo que los anuncios por palabras califican de «casa de relax de alto standing», pero eso no pareció impresionar a Adrover. En realidad, fue el tono poco respetuoso, casi despectivo con que se dirigió a la mujer lo que confirmó su primera impresión: Adrover nunca trataría así a alguien respetable. (Tuvo una sospecha: quizá el propio Adrover había visitado esa torre con anterioridad, por eso no le había extrañado la llamada, ni había puesto en duda su veracidad. Parecía increíble que un profesional tan serio pudiera ir de putas, estaba descubriendo muchas cosas).
Adrover no tuvo paciencia con las explicaciones de la mujer, que se llamaba Montse (ella hubiera esperado un nombre más sofisticado, de aire extranjero, tipo «Mimí» o «Nanette», no algo tan vernáculo) y les contó que todo había sido muy repentino. Esa noche, hacía sólo unas horas, el señor Viladrau había tomado un piscolabis con dos señoritas, Marcela y Ludmilla, «aquí mismo, en el salón, ahí están sus copas» y, luego, «el caballero y una de las chicas» fueron «a relajarse un poco a una habitación», cuando de repente el hombre se sintió indispuesto y...
—¿Dónde está? —la interrumpió Adrover con brusquedad.
—En el cuarto azul —respondió la mujer—. ¿Quieren verlo?
—A eso hemos venido —replicó Adrover.
La abogada esbozó una sonrisa de disculpa, como excusándose ante la señora Montse por la grosería de su jefe, y siguió a la pequeña comitiva que, encabezada por la madame, se adentró en un largo pasillo enmoquetado que daba a un corredor con tres puertas. "



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