El lazo de púrpura (fragmento)Alejandro Núñez Alonso
El lazo de púrpura (fragmento)

"El estado de guerra lo extendió a la ciudad de Faleza. La acordonó con brigadas móviles de agentes, con el fin de apresar cualquier individuo que trajese información de Garama o que tratase de sacarla de Faleza. Se requisaron almacenes de víveres y vestimenta. Y salieron al desierto brigadas de sus mejores hombres pregonando el reclutamiento bajo estas condiciones: quinientos sestercios por campaña no mayor de seis meses; mil quinientos a jinete que aportase dromedarios; y derecho al servicio en las banderas para aquellos que, concluida la campaña, no quisieran acogerse al licenciamiento.
La población de Faleza dio en los dos primeros días de pregón mil cuatrocientos reclutas de pie y sesenta y cinco con dromedario.
Las carpinterías trabajaron intensamente para hacer las varas de las lanzas. Toda la población conoció una época de prosperidad con las actividades de la industria militar.
Benasur se había convertido en el mentor, en la inteligencia gris del Estado Mayor de Rumiban. Y gracias a sus consejos, el capitán entró en relaciones con las guarniciones de Mathelsche y de Omaní, que prometieron el concurso de setecientos jinetes y seiscientos infantes en total, todos ellos veteranos. Los jefes de esas guarniciones dejaron las tropas al mando de centuriones de confianza y se dirigieron a Faleza para integrar el Estado Mayor de Rumiban. Con él tuvieron varias juntas, en las que estuvo presente Benasur, y tanto Garamizzalan, de Omaní como Sidofanela, de Mathelsche, juraron de muy buen grado lealtad y obediencia a Rumiban. Después de ponerse de acuerdo sobre las consignas, los dos capitanes regresaron a sus guarniciones de origen.
Por su parte, Rumiban ascendió a capitanes a los centuriones Agarán, Tizuka y Apolón, a los que adscribió a su Estado Mayor.
Del desierto comenzaron a llegar voluntarios getulos, mauros y númidas, y algunos turengos que Benasur tenía interés en agregárselos a una especie de guardia personal.
Mileto corría con el arsenal y llevaba cuenta del material que las tres primeras caravanas habían traído a Faleza. Lo distribuía entre los ecónomos del ejército. Calculaban que antes de un mes las cinco caravanas de Gilda les completaría un total de dos mil espadas cortas, seis mil largas, quinientos escudos, quince mil puntas de lanza, cien mil puntas de dardo, amén de las planchas y otras piezas para armar unos cuarenta carros. Pero la falta de mano de obra en carpintería no permitió armar más que veintiún carros, que, por otra parte, serían vehículos engorrosos para una expedición de seis jornadas por el desierto. Junto con estas «muestras» de los artículos bélicos, venían peroles, tridentes, palas, herramientas, tachuelas, cuchillos, collares, broches, insignias, hebillas y cien adminículos más para equipar al ejército.
A su gestión de Benasur se enviaban a Garama viajeros que en realidad eran espías, y que en la capital propalaban falsas especies sobre la paz y la tranquilidad que reinaban en las ciudades de Faleza, Omaní y Mathelsche. Y para que Salmodé no entrase en sospecha de tanta calma, se envió de Los Afanes un cargamento de gemas en caravana y custodia habituales.
Los viajeros que regresaban de la capital hablaban del terror que imperaba entre la población. Durante los diez días que siguieron a la entronización, la sangre corrió incontenible. Se sacrificaron a todos los sacerdotes del culto de Kamar y volvieron a restablecerse los ritos de la diosa Istamar. Salmodé reclutó fuerzas para instaurar las guerras religiosas, que constituían verdaderas cacerías contra los etíopes y negros de la Libia meridional. El Rey se hacía asistir por un consejo compuesto en su mayor parte por soldados y decuriones amigos suyos, que se pasaban todo el tiempo cambiándose las esposas y las concubinas del muy alto Abumón.
Todo esto no trascendía al exterior, pues las tres guarniciones adictas a Rumiban no dejaban que se filtrase ninguna persona hacia las tierras del norte. Por lo que Rumiban había podido saber, Cydamos permanecía aparentemente fiel a Salmodé. No quiso establecer ningún contacto con el jefe de la guarnición, conocido como hombre leal a Karl'zan y serle a Rumiban, por esta circunstancia, antagónico.
Entre la tropa reclutada en Faleza corría el rumor de que la campaña sería contra los negros de la Etiopía interior. Pero el dinero y al mismo tiempo la buena calidad de las armas y de los uniformes, no dejaban tiempo a pensar en los verdaderos motivos del reclutamiento.
Así transcurrían los días: las gentes de todos los pueblos afluían a Faleza. Se instruía a los novatos. Se compraban bestias y víveres; Mileto se interiorizaba en la administración militar y Benasur inspiraba a Rumiban, que, en lo militar —al fin y al cabo en lo único que era— se crecía.
Una mañana Benasur entró en el despacho de Rumiban. "



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