Sobre Amiel y algunos otros (fragmento)W. N. P. Barbellion
Sobre Amiel y algunos otros (fragmento)

"Amiel poseyó una de las mentes más elevadas y notables en la historia de la intelectualidad. Su brújula mental alcanzaba cotas tan altas que durante toda su vida sufrió la enfermedad de las montañas o "enfermedad de las ideas", en palabras de M. Caro. Él mismo usaba la expresión "esplendor del infinito" para definir su incapacidad a la hora de participar en las cuestiones humanas más ordinarias. Desde fuera podría verse como un tedioso profesor ginebrino que había decepcionado a todos sus amigos por su hieratismo mental. En realidad su vida había sido una pugna -una lucha a muerte entre su corazón, que requería amor y afectos humanos y su intelecto, devorado por una casi impía sed de infinitud. Era Fausto y Hamlet al mismo tiempo. Era capaz de sentarse y conjurar "grandiosos e inmortales sueños cosmogónicos" en un estado de parálisis de la voluntad, reacio a hacer, decir o hacer cualquier otra cosa que no concerniera a esta universalidad celosamente custodiada hasta el instante que le reducía a su deber con la actualidad. Estaba sometido al yugo de la acción. Como Fausto, sus ensueños y aspiraciones ambicionaban poder traducir las graves controversias en torno al infinito. Decía de la vida que era una sombra coronada de humo, un gesto en el aíre vacío, un jeroglífico trazado por un instante en la arena condenado a borrarse apenas poco después por el más ligero soplo de viento, una burbuja de aire..., una apariencia, nada. Además de este maravilloso símil. "La vida del hombre es una pompa de jabón que cuelga de una caña".
En el curso de un día estaba acostumbrado a recorrer los amplios campos del pensamiento humano, extasiado y abrumado por su propia insignificancia ante la omnipotencia divina. Un maravilloso pasaje comienza así: "He recorrido lo más recóndito de los movimientos empíricos y peristálticos de los átomos en sus elementales cédulas. He sentido cómo me expandía en el infinito, confraternizado con el espíritu que limita tiempo y espacio, capaz de rastrear toda huella de la creación ilimitada y contemplar la multitud de soles y vías lácteas, de estrellas y nebulosas. Y por todas partes un sinfín de misterios, maravillas y prodigios ilimitados se extendía ante mí... Toqué, demostré, probé, abrazado a mi nada y a mi inmensidad, llegué a besar el borde de las vestiduras de Dios y le di gracias por ser espíritu y vida"... Este tipo de pasajes tan inspirados no son comunes en el Diario. Da la sensación de que concibe el mundo como un promontorio estéril y que se siente hastiado y cansado de él. Sería absurdo considerarle un pedante, más bien pensemos en sentido literal que era un hombre demasiado grande para sus la horma de sus zapatos. Su alma, sin duda, era demasiado excelsa para quedar encerrada en su cuerpo y todos los días sufría esa intolerable comprensión. Su propia finitud era como una atadura alrededor de su corazón, jadeaba en busca de aire sereno, sólo la muerte le permitía fugarse de su cuerpo cautivo. Era, en suma, la traducción de un alma encarnada por la triste desgracia. "



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