La amistad del Cristo (fragmento)Robert Hugh Benson
La amistad del Cristo (fragmento)

"Hemos visto a Cristo acercándose a nosotros, ofreciéndonos su amistad por distintos caminos y de diferentes formas e, incluso, poniendo a nuestro alcance virtudes y gracias que no podríamos obtener de otro modo. Por ejemplo, transmitiendo su propio sacerdocio al sacerdote y su santidad al santo.
Estos dos aspectos concretos son fácilmente perceptibles. Sólo unos prejuicios exacerbados o una ceguera extraordinaria impiden reconocer la voz del Buen Pastor en las palabras que pronuncia su ministro, o la santidad de Dios cuando se manifiesta en la vida de sus íntimos. Pero no es fácil reconocerlo en el pecador: el de pescador no parece ser un aspecto que Él asumiría. Hasta sus discípulos más queridos sintieron la tentación de abandonarle cuando en la cruz o en Getsemaní, "el que no conocía pecado se hizo pecado por nosotros".
Como relatan los Evangelios, una de las características más sobresalientes de Jesús fue la amistad que mantuvo con los pecadores, su extraordinaria comprensión y la facilidad con que aceptaba su compañía. De hecho, este comportamiento por parte de Aquel que afirmaba -y lo hacía- enseñar una doctrina de perfección, le granjeó las críticas de sus enemigos. Pero si lo pensamos detenidamente, esta característica es una de las credenciales de su divinidad: nadie, sino el más excelso, podría condescender con el más bajo; nadie, sino Dios, podría mostrarse tan humano. Por una parte "este hombre recibe a los pecadores", no se limita a enseñarles, sino que come con ellos. Y por otra, no manifiesta ni la más mínima condescendencia con el pecado: "Vete y no peques más".
Es tan patente su amistad con los pecadores que podríamos llegar a pensar que se desinteresa de los santos: "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". Ante unos oyentes que se inclinaban naturalmente por la idea opuesta (ya sabemos que el mayor peligro para un alma religiosa radica en el fariseísmo) expone su criterio subrayándolo con tres parábolas tremendas: considera a la dracma perdida como más preciosa que las otras nueve monedas de plata; a la oveja desaparecida en el desierto como más valiosa que las noventa y nueve que permanecen en el redil; al hijo rebelde perdido en el mundo como más querido que el heredero y mayor, a salvo en el hogar. "



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