Mis años de exilio (fragmento)Eduard Bernstein
Mis años de exilio (fragmento)

"Zúrich en el año que llegué allí -en 1879- era tan diferente al Zúrich de hoy en día, como el Lugano de ese período con respecto a los días presentes. En sus ocho o nueve suburbios independientes contenía poco más de la mitad de habitantes de los que puede presumir la actual ciudad. Faltaba, por supuesto, una proporción considerable de los espléndidos edificios que la adornan hoy en día y la mayor parte de sus viviendas y distritos financieras mostraba ya una especie de colorido local. En la parte sur de la ciudad, existía ya la calle Bahnhof, en torno a la cual se erigía toda una arquitectura de estilo moderno o pseudo-clásico. Y en los suburbios, así como en las alturas aledañas, no eran necesarias las villas palaciegas, de hecho, la gran mayoría de viviendas y casas comerciales se encontraban por igual en medio de las estrechas calles de la vieja ciudad montañosa, donde podían apreciarse monumentos de una civilización pretérita, o en las nuevas calles, sólo entonces parcialmente construidas, en cuyo caso se trataba de una especie de cruce entre las viviendas de una ciudad moderna y las propias de las zonas rurales.
El Zúrich de esos días conformaba en gran medida una combinación de ciudad, mercado y capital. En algunos lugares los prados y viñedos se extendían casi hasta los límites de la ciudad vieja y cualquiera que visitara la tumba del talentoso Georg Büchner, situada en una colina una vez pasado el barrio de Fluntern, podría admirar aún casas de auténtico tipo suizo. Parte de la colina que se encuentra sobre la tumba de Büchner y que en aquellos días era un desierto se cubre con villas entre las que un camino conduce más allá de sus hermosos jardines, ofreciendo un agradable paseo en verano.
Pero si logramos escapar de esta confusión de villas para buscar la tumba, es difícil recuperar el estado de ánimo que éste evocó otrora, en medio de la soledad del viajero que llega desde Fluntern o Oberstrass por laderas cubiertas de brezo. Para él era un lugar de reposo mientras que el caminante de hoy apenas tiene ocasión para detenerse siquiera un momento y dirigir una mirada al poeta que escribió la tragedia La muerte de Dantón así como al revolucionario Landbote Hessische, a quien Georg Herwegh dedicó el noble poema que comienza con estas palabras:

El esplendor queda abatido de nuevo,
el aura nos es sustraída;
la víbora mortal puede irse sin daño;
El águila muere bajo mis pies.

De este poema se tomaron también las líneas grabadas en la lápida:

La tumba acoge una canción inconclusa,
sus poemas más nobles no son los que deja.

Herwegh también encontró un segundo hogar en Zúrich. La casa, que finalmente habitó se hallaba al borde superior de una verde ladera frente a la escuela del Cantón y en mi tiempo era como asomarte a la vida del gran hijo de Suabia. Hoy está rodeada de edificios de la Universidad. "



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