Todo del amor y casi toda la muerte (fragmento)Fernando Marías
Todo del amor y casi toda la muerte (fragmento)

"Le increpan en tono jocoso, pero él sólo es capaz de sentir terror. Corre, sale a la calle, la cruza y huye del restaurante a toda prisa, con la cabeza baja como un delincuente que temiera ser reconocido o supiera de repente que toda su vida minuciosamente erigida en los últimos años con ladrillos de mentira acaba de desmoronarse, aunque aún no sepa con exactitud cómo, ni debido a qué. Sólo corre, sólo puede correr. Sólo huye, sólo puede huir como hace cuatro años.
Está ciega. Humberto. El alfiler.
Y por encima de la ira siempre en llaga hacia Vera, más allá de su traición, más allá del odio que no pudo exterminar al deseo, mucho más allá de la pena, el dolor y la melancolía destructora, surge ante sus ojos una imagen jamás entrevista que lo desmorona todo y convierte en trizas la nada... Vera, cuatro años atrás, encadenada tras sufrir quién sabe cuántas atrocidades, Vera torturada hasta la extenuación o la locura mientras ve venir sin prisas hacia ella, hacia sus ojos, el puntiagudo alfiler tras el que sonríe Humberto.
¡La capturaron! ¡Por eso no vino a por mí!
Un vómito repentino le obliga a agacharse doblado entre dos coches, y esa reacción física le sirve de aval para esta nueva versión de su vida que, a pesar de todos los derrumbamientos que implica, ansía creer.
¡No pudo venir porque la atraparon!
Bastian comprende que todo fue distinto a como siempre lo imaginó. Pero ¿distinto de qué manera? Las preguntas se disuelven ante una urgencia mayor contra la que choca de frente.
No puedo perderla por segunda vez. ¿Cómo he podido irme del bar?
Podría extraviarse entre estas calles nunca recorridas antes, y se lanza a una enloquecida carrera de retorno. Si pierde a la ciega, después de haberla tenido literalmente al alcance de la mano, se volverá loco, podría matarlo la cólera contra sí mismo. Acelera sin dejar de buscar en cada escaparate y en cada esquina, al borde del colapso, detalles reconocibles del recorrido anterior, y cuando surge desbocado desde una bocacalle y se topa con el restaurante, casi llora de felicidad, como si constituyera una victoria titánica sobre el destino haber sabido regresar al local. Cruza, abre la puerta y sí, la ciega continúa allí donde la dejó, removiendo su café mientras guarda en el bolso el dinero de la vuelta. Al comprobarlo expulsa un bufido eufórico, y recuperada en parte la capacidad de pensar con frialdad, decide salir de nuevo para apostarse frente a la puerta.
Apenas un par de minutos después, la ciega sale a la calle y se detiene un instante para abrocharse un chaquetón de cuero que acaba de ponerse sobre el traje. Alza el cuello para protegerse la nuca, y este detalle nimio de desvalidez ante el aire frío desencadena en Bastian una inesperada oleada de ternura que es incapaz de explicar o controlar. Capturaron a Vera tras el ataque a Amir o Amin, está cada vez más seguro de que lo hicieron otros sicarios con los que nadie contó, cuando corría a reunirse con él para escapar juntos con el botín.
Me amaba. Todo era cierto. Y ahora voy a comprobarlo.
La estatura de la ciega es más o menos la misma que recuerda de Vera, pero la entidad física de los amantes también se desdibuja con el paso del tiempo. Por la altura podría ser Vera y también no serlo, y Bastian aguarda impaciente que se eche a andar para tener más datos. La ciega, como si buscara subrayar visualmente su condición de invidente, extrae del bolso un bastón blanco que despliega antes de enfilar la acera hacia la izquierda, pegada a la fachada con toda cautela. Bastian cruza a toda prisa, e instantes después se encuentra siguiéndola, dos metros por detrás de ella. ¿Qué leía en el restaurante?, se pregunta de pronto. Un texto en braille, obviamente. Pero ¿sobre qué tema? "



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