Pequeño gran hombre (fragmento)Thomas Berger
Pequeño gran hombre (fragmento)

"Era para mí tan delicioso oírla hablar, que con frecuencia me quedaba tan embobado que ni entendía lo que me decía. Así sucedió en aquella ocasión, y no me enteré de que me dejaba, hasta que la vi crinar la sala y abrir la puerta para salir a la calle. Aquellas pastas no me gustaban, y la señora Pendrake olvidó seguramente que el doctor me había prohibido comer dulces. Enfadado, levanté la cabeza mirando al techo, y allí apareció otra vez mi perseguidora, la mujer desnuda de Evansville. Aquello me hizo recordar lo que Luke English dijo en relación a la tal Mrs. Lizzie. Seguramente mentía, pero yo sabía dónde vivía Mrs. Lizzie. Era un piso sobre un «saloon» al otro lado de la ciudad. Había allí varias prostitutas que se asomaban a las ventanas y a veces, cuando pasaba algún joven de mi edad, le gritaban que entrase y que por un dólar le convertirían en un hombre.
Pensé que le estaría bien a la señora Pendrake que yo me marchase allí con el dólar que me había dado. No tenía que haberme dejado solo de aquella manera. Me dirigí al mostrador para pagar, pero si lo hacía así ya no tendría el dólar entero, pues las sodas costaban cinco centavos cada una, y además aquel maldito patrón tendría también la desfachatez de hacerme pagar las pastas, que yo ni siquiera había tocado. Estaba algo enfurruñado, pero me sentí un tanto aliviado al no verme obligado a ir a casa de Mrs. Lizzie. Tenía yo entonces una edad en que, tan pronto surge una idea, aparece otra que la desbarata.
El maldito patrón no estaba en su puesto. En su lugar había un hombre viejo con un mostacho como el manillar de una bicicleta, el cual me dijo que estaba ya todo pagado. Conservé pues mi dólar, lamentándolo al encontrarme en la calle y sentir una gran debilidad en las piernas. Miré a derecha e izquierda para ver si aparecía la señora Pendrake, ya que nada me parecía tan poco agradable por el momento como ir a casa de Mrs. Lizzie.
De pronto me fijé en las huellas que habían dejado los botines de Mrs. Pendrake sobre la nieve y el barro medio fundidos. La verdad es que no podría explicaros cómo las reconocía, ni qué podía haber para que las hallase tan diferentes de las demás huellas. Seguramente era porque me impresionaba muy vivamente todo lo que se refería a aquella mujer. Yo podía entrar en una habitación y sólo oliendo su perfume saber si ella estuvo dos días antes. Aquel era el único punto en que mis sentidos no se habían visto embotados por la civilización. "



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