Ramón y Cajal (fragmento)Santiago Lorén
Ramón y Cajal (fragmento)

"Waldeyer fue uno de los que con más entusiasmo aceptó las ideas de Cajal y en un rapto de inspiración dio a la célula nerviosa —la célula que hasta ahora era tan sólo considerada como una especie de almacén de vituallas para las fibras nerviosas— el nombre de «neurona». De este modo quedó sentada su supremacía y su autonomismo constituyendo por sí sola la unidad nerviosa. Ella sola con sus prolongaciones, axon y dendritas, era la representación viva de todo el sistema, que desde entonces sólo podría ser considerado como una asociación más o menos diferenciada, según la especie animal, de neuronas. Aquí sucedió algo que demuestra el poder mágico de la palabra en la mente humana: Cajal descubrió la idea; Waldeyer le dio el nombre tan sólo; y sin embargo, este concepto escueto de la unidad nerviosa es atribuido todavía por algunos a Waldeyer y en su tiempo se asoció más a este investigador el descubrimiento que a don Santiago. Pero esto es lo de menos, porque en el riquísimo venero de los descubrimientos cajalianos puede robarse o regalarse un puñadito de bril antes sin que nadie se dé cuenta ni se note en el montón.
Cajal, al volver de Alemania, es como el caballero que ha recibido el espaldarazo y tiene privilegios de que antes carecía. Tiene, por ejemplo, el privilegio de poder dar nombre a sus hazañas, y con esto queremos decir que puede ya teorizar. Hasta ahora todo ha sido descubrir.
Colectar datos y hechos objetivos. Desde ahora con estos materiales ha adquirido el derecho de teorizar y es característico en él que sus teorías no vayan nunca más allá de sus descubrimientos. Con un trabajo tan intenso, con una cantidad tan grande de adquisiciones en la médula, en el cerebro, en la retina, en el bulbo olfatorio, cualquier biólogo no hubiera resistido a la tentación de edificar una doctrina completa. Con muchos menos materiales se construyó la doctrina de la red, que parecía definitiva. Cajal no lo hace así y es indudable que la maciza fortaleza de su obra se debe precisamente a este hecho. Ni un paso sobre el vacío, ni un salto sobre abismos de desconocimiento, ni un solo ladrillo o puesto en el aire, sino sobre una roca, pared que nadie pueda destruir. Así se hacen las doctrinas eternas. Por esta razón, después de sentar la unidad y la autonomía de la neurona, se limita a deducir el corolario inevitable de esta autonomía y esta unidad: la certeza de que en el sistema nervioso no hay comunicación entre sus elementos, que no es cierto aquel o de que «todo se continúa con todo», sino que sólo existe una yuxtaposición de sus elementos, un contacto entre sus arborizaciones, a la manera como se tocan entre sí las ramas y las hojas de un bosque tupido.
Esta idea es la más revolucionaria de la primera parte de su obra. Es la que más cuesta de aceptar a los biólogos que durante tantos años se habían acostumbrado a pensar de la otra forma. Además implica esta idea una concepción totalmente distinta de la fisiología del sistema nervioso, porque estos contactos pueden ser más o menos íntimos, naturalmente; hay entre las fibras nerviosas una solución de continuidad que puede ser más o menos acentuada y la deducción inmediata será que la corriente nerviosa encontrará por determinados sitios más fácil el paso que por otros. ¡Esto es! Y de aquí a deducir el principio de la selectividad, es decir, la de elección de vía o la de elección de corriente, no hay más que un paso.
Una sensación recibida por la retina, por ejemplo, va pasando hacia el interior del sistema nervioso y para él o ha de ir saltando, por decirlo así, de célula a célula, gracias a que las arborizaciones de cada una contactan con las de la siguiente; pero es indudable que elegirá la línea de menor resistencia, los puntos en que estos contactos sean más íntimos, y ahora sí que es sencillísimo el comprender que esos contactos puedan graduar su mayor o menor proximidad según influencias superiores, pero perfectamente conocidas, como son la voluntad, el instinto, la costumbre. "



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