La novia de la libertad (fragmento)Frank Yerby
La novia de la libertad (fragmento)

"Polly se puso en pie y se acercó a su tío. Se sentía contenta de que éste hubiera ido a Nueva York para ayudarlos. Les había encontrado una casa, que compró a una familia tory que se marchaba a Inglaterra. El negocio de importación seguía tan floreciente como siempre, a pesar de las pérdidas que ocasionaban los corsarios americanos. Quizá más, pues los oficiales británicos se hacían traer grandes cantidades de ron de las Antillas. El tío Peter no desaprobaba tanto las salidas de su sobrina. Los rebeldes estaban desapareciendo de la vista. Habían sido echados de Harlem Heights después de siete días de verdadero infierno. En White Plains, la caballería británica los había aplastado. Luego vino la retirada hacia Nueva Jersey, mientras el joven Alexander Hamilton los cubría con su artillería.
El último baluarte de los rebeldes en Nueva York había caído también. No era de extrañar, pues, que el tío Peter esperase que Polly procediera con mayor cordura.
-¿Han hecho muchos prisioneros? -preguntó la joven.
- Casi tres mil -contestó Peter Knowles-. Y, además, les han cogido todas sus municiones. Van a hacer desfilar a los prisioneros por las calles esta mañana. Es una lástima que yo no pueda verlo. Pero el negocio es antes que el placer, Polly.
El tío dio a la joven un amistoso golpecito en la cabeza. La razón de que la tratase con aquel cariño se debía a que el proceder de la joven le tranquilizaba por completo, tras la conmoción que le había producido el proceder de Kathy, que se había empeñado en quedarse en casa de la señora Horton, separándose así de su familia.
Media hora más tarde, Polly Knowles se encontraba entre la multitud que contemplaba a los vencidos prisioneros americanos que marchaban isla abajo. Los de Hesse llevaban a un hombre de elevada estatura aparte de los demás. Pero Polly, que conocía bien a Jorge Washington, pudo comprobar que los alemanes se habían equivocado. No habían capturado al general. El hombre que llevaba prisionero con tanto orgullo era el coronel Maxwell, uno de sus ayudantes.
La joven permaneció inmóvil, contemplando la larga fila de andrajosos y sucios prisioneros con una loca esperanza en su corazón. Si Ethan había sido hecho prisionero, estaría seguro. No tendría que preocuparse nunca más de él, y ya no sufriría pesadillas en las cuales le veía tendido en el barro y empapado en su propia sangre.
Si vivía, aún podría alimentar esperanzas. Kathy se había marchado, y cuando terminase la guerra, Ethan volvería a ella. La joven estaba segura. Pero debería volver por su propia voluntad. Polly se juró que nunca más daría un paso en su dirección. «Tendrá que venir él a mí y deberá suplicarme. He de estar segura. No quiero que venga por despecho. Le haré sufrir un poco. El cielo sabe bien lo que yo he padecido y sufrido por su culpa.»
Pero cuando finalmente le vio formando parte del triste cortejo, llevando pintada en el rostro la desesperación, no pudo evitar el llanto. Claro que las lágrimas fueron en buena parte de alegría. Ethan estaba a salvo. Los campos de prisioneros de Staten Island eran terribles. Pero él lo soportaría, y aunque le resultase violento pedirle nada, vistas las actuales circunstancias, hablaría con Cecil a fin de poder visitar a Ethan y llevarle comida y ropas que le ayudasen a mantenerse vivo.
«No seré una locuela nunca más con él -se dijo Polly-. Pero no puedo dejar que sufra demasiado. No puedo dejarle morir.»
Sin darse cuenta de ello, echó a andar hacia el sur, hacia la punta de Manhattan. Al llegar a una esquina apareció ante ella una muchedumbre de mujeres. Polly estaba ahora acostumbrada a aquella clase de mujeres y las miró tranquilamente mientras pensaba: «.¿Por qué rebajará tanto la guerra el gusto de los hombres?»
Todas las mujeres, que ahora que las tropas del rey habían ocupado la ciudad se sentían furiosamente partidarias de los británicos, marchaban junto a los infelices y desgraciados prisioneros gritando:
-¿Quién es Washington? ¡Mostradnos a Washington! ¡Queremos a Washington! ¡Dejad que nos entendamos con él, señores!
Por fin decidieron que el bello coronel Maxwell era el general y cayeron sobre él, tirándole del pelo, tratando de arrancarle los ojos y escupirle en el rostro.
En aquel instante una de las mujeres vio a Ethan Page. Su espléndido uniforme estaba hecho jirones, pero continuaba siendo elegante, pues Ethan era un apuesto joven. "



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