Horizontes perdidos (fragmento)James Hilton
Horizontes perdidos (fragmento)

"Y se hizo el silencio, porque el argumento había alcanzado indudablemente un punto muerto. A Conway, la historia de Le-Tsen le tenía sin cuidado; la pequeña manchú se hallaba tan quietecita en los pliegues de su cerebro, que ni siguiera se daba cuenta de que estaba allí.
Pero al mencionarla, la señorita Brinklo levantó los ojos de la gramática tibetana que estudiaba sobre la mesa del comedor (como si no dispusiera de toda una vida para hacerlo, pensó Conway).
Las conversaciones sobre muchachas y monjes le recordaban aquellas historias de los templos hindúes, que los misioneros varones referían a sus esposas y que las esposas transmitan a sus colegas solteras.
-Desde luego -dijo ella con los labios apretados-, la moral de este establecimiento deja mucho que desear, aunque ya lo debíamos haber previsto.
Y se volvió al americano, como invitándole a adherirse a su opinión, pero Barnard hizo una mueca irónica. Dijo:
-No creo que ustedes estimen mucho mi parecer sobre moralidades.
Luego añadió secamente:
-Pero me atrevo a decir que las rencillas son mucho peores. Puesto que hemos de estar tanto tiempo juntos, me parece que debemos refrenar nuestros nervios y no amargarnos la vida.
A Conway le pareció acertadísimo, pero Mallison exclamó implacablemente:
-Tengo la seguridad de que usted encontrará todo esto mucho más confortable que Dartmoor,
Barnard levantó las cejas.
-¿Dartmoor? ¡Ah, sí! ¿Allí es donde tienen ustedes instalado el presidio? Lo comprendo. Pues bien, tiene usted razón, no he envidiado jamás a los huéspedes obligados de esos establecimientos. Además, voy a decirle otra cosa. No me molesta lo más mínimo que hable así. Piel de elefante y corazón de niño. Ésa es mi naturaleza.
Conway le lanzó una mirada de simpatía y a Mallinson le hizo un gesto de amonestación. Luego se dio cuenta de que todos ellos eran los personajes de un larguísimo drama, cuyo argumento solo conocía él; y este conocimiento tan incomunicable le hizo desear con todas sus fuerzas quedarse solo.
Hízoles un saludo con la cabeza a todos y salió silenciosamente al patio. A la vista del Karákal se desvanecieron todas sus preocupaciones, y los escrúpulos de conciencia que sentía a causa de sus compañeros se esfumaron ante la misteriosa acogida de un mundo nuevo, que se hallaba tan lejos de la imaginación de todos ellos. Había veces, díjose a sí mismo, en que la extrañeza de todo hacía extremadamente difícil darse cuenta de la extrañeza de algo; entonces, había que aceptar las cosas porque sí, pues el asombro habría sido tan tedioso para él como para los otros. "



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