Bahía de Chesapeake (fragmento)James A. Michener
Bahía de Chesapeake (fragmento)

"Fue en marzo de 1857, cuando parecía a todos los americanos que el compromiso elaborado por Henry Clay y Daniel Webster antes de morir iba a salvar a la nación —es decir, a todos menos a los obstinados abolicionistas, que aceptarían nada menos que el desmembramiento de la Unión— cuando el magistrado presidente Roger Brooke Taney, hombre de Maryland, leyó en el Tribunal Supremo una decisión que destruyó el tambaleante edificio tras el que habían estado trabajando los conciliadores. En términos sencillos e incontrovertibles, el docto magistrado presidente, uno de los hombres más fuertes que jamás habían formado parte del tribunal, delineó el futuro.
El caso, como todos los que sientan jurisprudencia, era complicado. Este esclavo Scott había nacido en un Estado esclavista, había sido llevado a otro libre, luego a un territorio en el que la esclavitud estaba prohibida, de nuevo a un Estado en que se hallaba permitida y, finalmente, a Massachusetts, donde los esclavos eran automáticamente libres. ¿Cuál era su status? El tribunal habría podido decidir lógicamente casi cualquier cosa.
El magistrado presidente Taney y sus compañeros encontraron una solución fácil, aunque evasiva; anunciaron que como Dred Scott era negro, no era ciudadano de los Estados Unidos y no tenía derecho a defenderse en un tribunal federal. Su status volvía a ser el que había sido tres décadas antes. Nació esclavo, y debía continuar siéndolo durante toda su vida.
Si Taney hubiese dejado ahí el asunto, simplemente habría privado a un negro de su libertad, pero el viejo sudista llevaba ochenta años en el corazón de las luchas políticas, y no era propio de él escabullirse. Decidió abordar de lleno el problema más explosivo de su tiempo. Resolvería de una vez por todo aquel pernicioso problema de la esclavitud. Respaldado por magistrados que también poseían esclavos, como los había poseído siempre su propia familia, el anciano introdujo en su decisión fundamental una serie de consideraciones que sobresaltaron a la nación: ningún organismo oficial, en ningún lugar de los Estados Unidos, podía privar a nadie de su legítima propiedad; el Compromiso de Missouri era nulo; el Congreso no podía impedir la esclavitud en los territorios; y los Estados carecían de facultad para liberar esclavos.
Cuando la decisión llegó al Choptank, los plantadores se sintieron complacidos; tenían ahora todo lo que siempre habían deseado del Gobierno federal, y hombres como Paul Steed pensaron que debían cesar las discusiones que no hacían sino desunir. Mandó fijar en todos los almacenes Steed de la región sendos ejemplares de la decisión, y dijo a sus capataces:
—Ahora podemos combatir el problema de los fugitivos con un arma real. Explicad a vuestros esclavos que, aunque logren escapar durante unos días, acabarán siendo devueltos. El problema queda definitivamente resuelto, y podemos continuar con nuestro trabajo.
El grupo medio de ciudadanos quedó complacido con la decisión; pondría fin a las disensiones. Los irlandeses se mostraban indiferentes. Y los negros emancipados, como Eden y Cudjo Cater, comprendieron que debían andarse con mucho cuidado, pues en cualquier momento podía alguien reclamarles como esclavos, presentar en el tribunal documentos falsificados y llevárselos a alguna plantación de algodón. Eden revisó sus documentos de manumisión, pero revisó más detenidamente sus cuchillos y sus revólveres.
Los Paxmore se sintieron turbados por esta extraordinaria decisión, y, cuando recibieron una copia, tropezaron con el sorprendente pasaje en que el magistrado presidente Taney escribía:
Los esclavos han estado considerados durante más de un siglo como seres de orden inferior, tan inferior, que carecían de derechos que el hombre blanco estuviese obligado a respetar.
Cuando George Paxmore oyó estas terribles palabras, inclinó su canosa cabeza, y no se le ocurrió forma alguna de refutarlas. Por dos veces empezó a hablar, pero era inútil. Si el más alto tribunal de la nación juzgaba que un negro no tenía derechos que un blanco debiera respetar, entonces no había ninguna esperanza para aquel país. Habría de caer en la barbarie. "



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