El Nilo sin guía (fragmento)Frederic Eden
El Nilo sin guía (fragmento)

"Calculando iniciar nuestro viaje desde Venecia a fin de evitar a la ingente multitud que se apresuraba a presenciar la apertura del Canal de Suez, adquirimos un pasaje para el vapor que, vía Brindisi, debía arribar a Alexandría en fecha demasiado tardía para el comienzo de las fiestas dedicadas a los virreyes. Nuestro barco, Il Principe Carignano, tenía forma de cuchillo y era molto agile según nos contó uno de los oficiales de a bordo. El tiempo era horrible y ella no desmintió sus palabras. Las penalidades, de cualquier modo, concluyeron y alcanzamos el puerto el 19 de noviembre. Tan pronto como llegué a la cubierta, pude disfrutar del espectáculo que ofrecían las abigarradas gentes del Este, mientras alguien dejaba una nota en mi mano. El portador era un hombrecillo de aspecto inteligente, de rostro liso y pelo encrespado. Su atuendo estaba conformado por un fez y una chaqueta bordada de tela azul, un chaleco blanco griego bordado y unos pantalones de percal, impecablemente blancos, más voluminosos en los pliegues y más constreñidos en los tobillos. Era el sirviente egipcio de M.B., el caballero francés que actuaba como agente de viajes y que, habiéndose comprometido a ayudarnos en nuestro periplo, se había apresurado a cumplimentar la oferta de M.B., quien llegó inmediatamente después y nos condujo hacia la aduana, donde entabló relaciones amistosas con algunos funcionarios egipcios.
Hay una terrible monotonía en el mundo. Todo sucede de la misma forma en la que podría haberse desarrollado en cualquier otro puerto europeo, excepto tal vez que la retención era menos larga de lo habitual y que nuestras monedas de cinco francos, francamente esperadas, fueron dadas sin ningún problema. Al pasar las aduanas europeas, a veces puede ser conveniente, aunque no sea necesario hacerlo; pero quien entra en Egipto sin dinero en la mano verá cómo sus objetos personales son revisados por los funcionarios durante más de un cuarto de hora, que cumplirán celosamente sus obligaciones. No llevábamos nada, excepto los artículos de ropa necesarios, pero nada en forma de contrabando, por lo que nuestros diez francos fueron gentilmente aceptados y nosotros y nuestros bienes pasamos amablemente. Tras una riña con un grupo de porteros, que llevaban todo tipo de disfraces, la cual tuvo lugar en una docena de dialectos, y durante la cual, en atención de nuestra propia seguridad, fuimos capaces de mostrarnos meramente como un público divertido, empujamos un par de carros y nos dirigimos al Canal Mamoodeëh.
Nuestro viaje nos llevó a través de Alejandría, una ciudad cosmopolita de casas francesas, villas italianas, edificios con celosías otomanas y casuchas nativas de barro, donde cada lengua se habla comúnmente y cada moneda se halla en circulación. Una ciudad de extremos y contrastes. Inundada en invierno por las lluvias y en ocasiones víctima del intenso frío, es cada año asolada por un sol voraz, espolvoreada por la arena del desierto y agrietada por la aridez. Excelsas tiendas europeas de todo tipo destacan entre los cafés y bazares orientales. Habitada por hombres de todas las naciones, un baile de fantasía apenas podría reunir a un público más incongruente que el que llena sus calles. "



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