El abisinio (fragmento)Jean-Christophe Rufin
El abisinio (fragmento)

"Y sin más dilación, empezó a contar con toda suerte de detalles cómo se había embarcado en una galera griega después de abandonar Roma, ya que su intención era ganar Levante sin necesidad de recurrir a un barco italiano. Sin embargo, una vez a bordo, descubrió aterrorizado la incompetencia del capitán y de la tripulación. Para colmo el barco encalló en un banco de arena frente a la costa de Chipre. Al darse cuenta de que el naufragio era inminente, el jesuita mandó echar un bote al agua y se embarcó con algunos marineros. La corriente lo arrastró hasta una costa escarpada batida por el oleaje, dio contra las rocas y se lo tragaron las olas. Durante un instante, el padre Versau tuvo el pesar de no tener una sepultura en tierra firme, una contingencia que, como todos saben, hace más incierta la resurrección entre los muertos el día del juicio final. Pero resolvió dejar el problema en manos de Dios, al igual que su vida y el destino de su orden, y pereció. Su último recuerdo fue su muerte en un agua fría, agitada por enormes olas negruzcas. Y el siguiente su despertar tendido en la arena de una pequeña cala, aferrado a un gran madero. Estaba tan solo, tan desnudo, tan asustado y tan muerto de frío como Adán el día de la Creación. Pero Dios no lo había abandonado. La orilla estaba poblada por pescadores que lo vistieron como pudieron, y dos días más tarde lo embarcaron con ellos hasta las costas de Egipto, donde iban a echar sus redes. Finalmente lo desembarcaron en una playa próxima a Alejandría, según su deseo. Como había entrado en territorio turco sin salvoconducto, el padre Versau prefirió evitar la gran ciudad y dio un rodeo por el desierto con el propósito de alcanzar el Nilo, adentrándose ligeramente en el interior. Además tuvo la audacia de negociar su pasaje hasta El Cairo con unos marineros, a sabiendas de que no tenía ni un céntimo. "


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