La piedra de la paciencia (fragmento)Atiq Rahimi
La piedra de la paciencia (fragmento)

"Una mano empuja con miedo la puerta de la habitación. Entra una de las niñas. Bajo la pelambrera alborotada, su cara es dulce. Menuda. Sus ojitos se clavan en el hombre. «¡Papá!», se atreve; y, tímidamente, se acerca. «¿Papá, estás dormido? ¿Qué tienes en la boca?», dice señalando la sonda con el dedo. Se para cerca del padre, duda antes de ponerle la mano sobre la mejilla. «¡Pero si no estás durmiendo!», grita. «¿Por qué mamá siempre dice que estás dormido? Mamá dice que estás enfermo. No me deja entrar y hablar contigo... y sin embargo, ella habla contigo todo el rato.» Quiere sentarse a su lado, pero el grito de su hermana, parada en el quicio de la puerta, la detiene. «¡Cállate!», le grita adoptando el tono de la madre, y corre hacia la pequeña. «¡Ven conmigo!», le dice arrastrándola de la mano para apartarla del padre. Después de una breve mirada dubitativa, la más pequeña trepa por el pecho del padre y le tira de la barba como una loca. La otra exclama, animada: «¡Vamos papá, habla!», se inclina hacia su boca, y toca el tubo. «¡Quítate este chisme! ¡Habla!» Le quita el tubo con la esperanza de oírle decir una palabra. Nada. Nada más que respiraciones. Lentas y profundas. Mira fijamente la boca entreabierta del padre. Curiosa, introduce su manita y saca la mosca. «¡Una mosca!», grita, y con cara de asco, la tira al suelo. La más pequeña se ríe y pone su mejilla sucia sobre el pecho del padre.
La madre entra alarmada, grita: «¿Pero qué hacéis?», se abalanza sobre las chiquillas, «¡Salid! ¡Venga!», y les tira del brazo. «¡Una mosca! ¡Papá se estaba comiendo una mosca!», gritan las dos niñas casi a la vez. «¡Callaos!», les ordena la madre.
Salen de la habitación.
La mosca, ahogada en saliva, se debate sobre el kilim.
La mujer vuelve a entrar en la habitación. Antes de meter de nuevo la sonda en la boca del hombre, le lanza un vistazo inquieto y curioso. «¡¿La mosca?!» No nota nada raro, pone el tubo en su sitio y se marcha.
Más tarde, regresa para verter agua con azúcar y sal en la bolsa de suero, y echar las gotas de colirio en los ojos del hombre.
Acabada la tarea, ya no se queda al lado de su hombre.
Ya no desgrana el rosario negro al ritmo de la respiración de su hombre.
Se va.
No vuelve a entrar hasta la llamada a la oración del mediodía, pero no para coger la pequeña alfombra, desplegarla, extenderla en el suelo y hacer la oración. No viene más que para echar de nuevo las gotas de colirio en los ojos del hombre. Una, dos. Una, dos. Y marcharse.
Después de la llamada a la oración, la voz cascada del mulá invoca a Dios para que conceda su protección a los fieles del barrio en este día miércoles: «...porque, como dijo nuestro Profeta: "es un día de desgracia aquel en el que el Faraón y su pueblo fueron ahogados, igual que fueron destruidos el pueblo del Profeta Salih, los pueblos de Ad y Thamoud..."». Se para, y prosigue muy rápido y con voz amenazante: «Queridos fieles, como siempre os he dicho, el miércoles es, según los hadith de nuestro Profeta, el día más noble, y "en él no conviene derramar sangre, ni dar, ni recibir". Sin embargo, uno de los hadith, recogido por Ibn Younés, dice que durante la Yihad podemos proveernos de recursos. ¡Hoy, vuestro hermano, el venerable Comandante, os proporcionará armas para que defendáis vuestro honor, vuestra sangre, vuestro pueblo!».
En la calle, los hombres se desgañitan: «¡Allah-o Akbar!» Corren. «¡Allah-o Akbar!» Sus voces se alejan, «Allah-o...», y se aproximan a la mezquita.
Varias hormigas rodean el cadáver de la mosca sobre el kilim. Después se abalanzan sobre ella para llevársela.
La mujer viene a echar un vistazo al hombre, preocupada. ¡Teme, quizás, que la llamada a las armas le haya puesto en pie!
Se queda no lejos de la puerta. Se acaricia los labios con los dedos, después, nerviosamente, se los mete entre los dientes, como para sacar las palabras que no se atreven a salir. Abandona la habitación. Se la oye preparar algo para el almuerzo, hablar y jugar con las niñas.
Y después la siesta.
Las sombras.
El silencio. "



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