La estación perdida (fragmento)Use Lahoz
La estación perdida (fragmento)

"Candela encontró una sombra. Se sentó en un pedrusco de apariencia cómoda, como si estuviera puesto para ella, frente a una bodega que anunciaba Agua San Narciso, Fruco y Orangina. La piedra estaba caliente. En aquel pueblo, a las tres de la tarde, conseguir un soplo de aire era algo similar a un milagro. Cuando el autobús reinició su marcha, del suelo se levantó una nube de polvo que se mezcló con el reguero de humo que propició el motor por el tubo de escape. Candela resopló molesta. Entonces se levantó y se acercó a la fuente a refrescarse. Una bandada de gorriones cambió de árbol.
Diez minutos después, apareció Santiago. En la camisa azul se le transparentaba el sudor. Le seguía un hombre que cojeaba, que hacía crepitar la tierra arrastrando las desgastadas suelas de las alpargatas. Con la mano se sujetaba un palillo entre los dientes. Les llevó hasta su coche. Santiago ocupó el asiento delantero y empezaron a hablar de conocidos comunes de pueblos de alrededor. Es probable que la mudable personalidad de Santiago se pusiera en la piel de un millonario que regresa a su pueblo después de haber conquistado las Antillas.
Conforme se iban acercando a Valdecádiar, a Santiago le temblaban las piernas. Una oscura sensación de alivio y rabia difuminó su mirada. Vio el torreón y el camino al Molino Bajo. Dejó que su vista resbalara de casa en casa y saltara de un tejado a otro de su memoria. Fue nombrando a todos los vecinos que iba viendo. Eran gente de andares lentos. La curiosidad les hacía girarse y arrugar los ojos para tratar de vislumbrar quién iba en el interior del coche. Al no averiguarlo, la sospecha se les quedaba revoloteando en la retina. Atravesaron el pueblo. De camino a casa vieron tres puentes. El río estaba menos caudaloso que cuando se fue. Santiago indicó el camino al taxista. La puerta de la casa del abuelo Perico estaba entreabierta. En algunas esquinas sombrías, mujeres sentadas cosían mientras esperaban la tarde para tomar la fresca.
La Delfina se hallaba al inicio del callejón de su casa. Firme y con los brazos cruzados, como si se abrazara los pechos. Parecía que intuyera la visita. Cuando vio que los que se acercaban eran su hijo y su nuera nombró a Dios. El coche frenó ante ella. Candela descendió contenta y sonriente. Santiago se mostraba nervioso y sin tener dónde meterse. Pagaron al taxista. Las ínfulas de Santiago le hicieron guarnecer la tarifa con una importante propina. Enseguida se oyeron los primeros gritos desde las casas de enfrente. "



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