El ángel con la espada (fragmento)C. J. Cherryh
El ángel con la espada (fragmento)

"—¿A dónde?... —empezó a preguntar. Pero el hombre que la llevaba se limitó a caminar por la sala. Ella iba detrás, con los pies descalzos en medio de sus pisadas de botas, y pensando en la espalda que tenía ante ella, sin protección.
Pensando también en los tres hombres armados que había tras ella.
Otro grupo se aproximaba a ellos desde el frente, por el otro lado de una gran escalera descendente. Vio a los hombres de Nikolaev, vio la cabeza rubia alta y visible entre ellos, más y más cerca. Tenía las manos libres. Le habían quitado la cadena del cuello. Llevaba puesta una camisa blanca. La vio. Ella siguió caminando dócil y tranquila, hacia las escaleras en donde los dos grupos se encontraron; y se encontró con él en la ancha escalera de mármol.
Él la miró una vez. Eso fue todo.
No quiere hablarme. Yo tampoco. No quiero decir nada.
Altair le miró a los ojos una segunda vez, cuando ya estaba bajando, y le hizo un ligero gesto con los ojos, tensando los párpados. No estoy indefensa, Mondragon.
Los ojos de él parpadearon. Quizá lo hubiera captado.
Él apartó la vista de ella, miró hacia donde le llevaban, hacia un salón de piedra con eco iluminado por una claraboya del techo. La lluvia caía sobre ella como el trueno, más fuerte cuando hubieron traspasado el alero. Y se fue reduciendo cuando los guías los alejaron de allí, repitiendo el eco sus pasos cuando se aproximaron a un salón lateral, pasos de talones fuertes que resonaban en ese enorme lugar.
Sonidos fríos. Sonidos duros. Agua y piedra.
Me he conseguido un cuchillo, Mondragon. No sé si podremos salir, pero si nos ponen en esa barca negra podremos saltar por la borda y nadar tan rápido como sepamos.
La ciudad tiene tantos agujeros como puentes. Los conozco todos.
Estoy asustada, maldita sea. No me gustan estos tipos tan corteses. Ellos y su forma de saludarte de una manera y de otra, y luego envenenar la bebida que te dan.
Un corredor salía del gran salón por la parte frontal; giraron por allí y un hombre que iba delante llamó a una puerta, abrió una rendija de ésta y luego la abrió totalmente para que pasaran.
Era una habitación de tamaño mediano, para los niveles de los ricos, terminada toda en madera e iluminada con una luz eléctrica que brillaba como el fuego. Altair se detuvo al lado de Mondragon, viendo al hombre del rostro blanco ante una chimenea encendida, con su camisa negra y un brillo de rubíes en el cuello alto, sentado hacia el lado en un sillón pasando una pierna con la bota sobre el brazo de éste. En su mano tenía un papel, de color crema y nuevo. Lo dejó sobre la pequeña mesa de al lado, junto a una copa de brandy.
Entonces se molestó en observar su presencia.
—Sir Mondragon —le dijo entonces, inclinándose hacia atrás sin quitar la pierna del brazo del sillón, y entrelazando las manos encima del estómago—. Me alegro de verle con mejor aspecto.
Mondragon no dijo nada. —Siéntese, sir —dijo con un gesto de la mano—. Tráiganle una silla a la joven —añadió, cogiendo la copa de brandy y ofreciéndosela a ellos enarcando las cejas, mientras un hombre levantaba una silla—. ¿Quieren? ¿No? No me cabe duda de que la señora tendrá algún conocimiento del brandy, dado el tráfico al que se dedica.
Altair miró al hombre. Se está refiriendo al contrabando. "



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