Un amor de Corea (fragmento)Paul Mousset
Un amor de Corea (fragmento)

"Sin decir una sola palabra, con apenas dos o tres gestos -él conocía a su pueblo- el oficial ordenó la maniobra. Haciéndolo callar, dejó tras de sí al americano, que mecánicamente, sacó su Colt, haciendo lo mismo los coreanos, el teniente y el cabo con una agilidad propia de mangostas, y se dispuso a cercar la granja. Eran muchos y se distribuían de forma extrañamente precisa. Los pensamientos de los soldados estaban ocupados por una operación de esa clase. La aparente ausencia de vigilantes y otros obstáculos les intrigaba, significaba un problema. Esperaron seguros de que capturar a estos prisioneros del cuartel general, suponiendo un regreso en línea del cuarto ejército chino, reclamado a grandes gritos. Al mismo tiempo, temían una emboscada por lo insólito de la situación, pero no, fue seguro el espectáculo ofrecido a sus ojos cuando tras haber derribado los muros de la cabaña, irrumpieron en el patio -se encontraron en presencia de un niño, de un pequeño coreano que, a la vista de esos hombres con sus brillantes armas y provenientes de una tierra épica, dejó caer su herramienta a la izquierda.
-¡La perra! -rugió el cabo y se precipitó sobre el niño.
La voz breve de un oficial le detuvo:
-¡Atención, la Legión!
-¡Pero, mi teniente, usted ha visto que acaba de colocar unas minas!
-¡Atención! -repitió el oficial que reclamó al intérprete.
Profesor de francés en la Universidad Ehwa "antes de los acontecimientos", pasó de ser civil a militar y sabía poco de la lucha y, prudentemente, esperaba fuera, lo suficientemente lejos, en compañía del piloto sobreviviente, a que la situación se clarificara, hasta que llegaron unos hombres reclamando su presencia.
Otros se apresuraron sobre los edificios de la granja colindantes con el patio. Estaban vacíos. Y saqueados como todas las casas de campo de aquella provincia devastada por la guerra. Casas probablemente llenas de encanto en tiempos de paz, al auspicio del tonificante aire coreano de temporada, mientras que los techos de paja servían de jardín para los calabacines, calabazas, tueras (frutas de color amarillo naranja, de hojas verdes y suaves...) y esteras para pimientos escarlatas secados al sol. En el estado actual, algunos pimientos colgaban aún de las vigas, pero no quedaba ningún mueble, nada de la mayoría de las puertas con papel de baldosas y, revividos por la primavera, el Kinchi de una jarra expelía un olor putrefacto. "



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