Afán de gloria (fragmento)Luis del Val
Afán de gloria (fragmento)

"«Eso ha de causar quebranto a una mujer».
La frase de la camarera real asalta la memoria de Germaine de Foix mientras hablan de la llegada de César Borgia a la prisión del castillo de la Mota.
Parece que viene de estar encerrado en el castillo de Chinchilla, donde se antoja a sus guardianes que el encierro no es seguro, o bien que aquí va a estar más vigilado.
El hijo del Papa que tantos favores hizo a los reyes Isabel y Fernando, sobre todo en sus disputas territoriales con Portugal, sufre las cárceles de los favorecidos por su padre. No es ninguna cuestión personal: es una razón de Estado. Alejandro VI partió el mundo en dos, y salió beneficiada la Corona de Castilla y Aragón en claro perjuicio de Portugal, pero mantener buenas relaciones con el papa actual, Julio II, es una obligación más allá de los intereses o las inclinaciones personales. El rey Fernando no permite el más leve comentario sobre el rumor de que Alejandro VI fuera envenenado por el cardenal Adriano de Fornetto, ni de que su sucesor, Pío III, durara en el papado solamente veintitrés días, y, preso de terribles dolores de estómago, muriera de parecida manera a la de Alejandro VI. Tampoco admite que tuviera algo que ver en tan asombrosa y escasa duración el cardenal Giuliano Della Rovere, que, designado sucesor de san Pedro como Julio II, una de sus primeras medidas fuera entregar a César Borgia a Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado el Gran Capitán, para ganarse las simpatías españolas y espantar a los franceses de Nápoles. El tablero de ajedrez de Nápoles sólo lo entienden en el Vaticano, en la corte del rey de Aragón y en la corte francesa.
No obstante, más interesadas por los detalles escabrosos que por la política de Estado, Germaine y su séquito femenil murmuran que al mismo banquete asistió el propio César Borgia y que, debido a su fortaleza, no sufrió de la misma manera los efectos de la ponzoña.
De ahí se pasa a comentar que su constitución resulta pasmosa en todos los aspectos, y que se dice que Lucrecia, su hermana, de quien estaba nada secretamente enamorado, recibió el acercamiento y las confidencias de su primera esposa, Carlota de Albret, hermana del rey de Navarra, Juan III de Albret, y que la tal Carlota le preguntaba a su cuñada si todos los varones eran de complexión tan robusta en esas partes del cuerpo, porque, en ocasiones, a ella le causaban más miedo que placer. Lucrecia, mujer culta y liberal, obtuvo así información de primera mano sobre la virilidad de su hermano, no sólo en cuanto a tamaño sino en cuanto a frecuencia y necesidad, conocimientos que en círculos íntimos y en momentos de holganza y entretenimiento gustaba de describir con objeto premeditado de escandalizar. Fueron estos comentarios los que constituyeron el frágil fundamento que dio pábulo a la leyenda de los amores incestuosos de Lucrecia y César. "



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