El tiempo del estupor... (fragmento)Valeriano Bozal
El tiempo del estupor... (fragmento)

"El tiempo del estupor: la pintura europea tras la Segunda Guerra Mundial"
Theodor W. Adorno consideraba que el ensamblaje, y no la representación mimética, era la característica fundamental del arte de vanguardia del siglo XX. El ensamblaje construye un "equivalente" del mundo, no es su copia, discurre, por así decirlo, en paralelo con la realidad a la que se refiere. Su pretensión no es copiarla sino hacérnosla ver. En este sentido se constituye a la manera de un espacio desde el que mirar.
El desarrollo del cubismo, en especial de los collages y los papeles pegados, la introducción de objetos y materiales diversos en las obras, la construcción de artefactos propia del constructivismo soviético, el mismo entusiasmo futurista por la máquina y los mecanismos, etc., son todos ellos fenómenos que confirman el pensamiento de Adorno. Sin embargo, creo que sería empobrecerlo si nos limitásemos a cuestiones de carácter estrictamente formal, pues si algo se percibe en el ensamblaje es la importancia que adquiere la fragmentariedad, la persistencia del fragmento dentro del artefacto y el carácter alienante que el artefacto adquiere en relación con el mundo que "mira". En esta perspectiva, el ensamblaje es tan contradictorio como penetrante: a la vez que nos permite contemplar el mundo, nos aleja de él, y sólo porque nos aleja, nos está permitido contemplarlo; a la vez que descubre lo orgánico de ese mundo, afirma la verdad de lo inorgánico que es. El ensamblaje es extrañamiento, extrañamiento necesario para la proximidad.
Tampoco sería adecuado reducir el ensamblaje o el artefacto a la metáfora del maquinismo. Nos encontramos ante un procedimiento que aparece en la pintura en tanto que recurso general que la define. Las mujeres en la calle, ante los escaparates, paseando, que pintó Kirchner se nos presentan como fragmentos, figuras autónomas, "encapsuladas", que no guardan entre sí otra relación que la de su proximidad, que no guardan, tampoco, relación con el espacio en que se encuentran, produciendo un desasosiego profundo en el espectador que las contempla. En parecido sentido, aunque con recursos estilísticos distintos, las imágenes de la ciudad que Grosz plasmó en sus dibujos y pinturas nos sitúan ante un ámbito profundamente fragmentado, articulado a la manera de un mecanismo, un ensamblaje, de habitantes alienados, extraños no sólo unos a otros sino también a la ciudad, los edificios, las calles que habitan. Beckmann desarrolló en sus pinturas este tipo de lenguaje y alcanzó, quizá, el grado más elevado: la relación entre los diversos protagonistas de sus obras se ha perdido y todos ellos aparecen, en cada una, como entidades autónomas que construyen el mundo como un mosaico. Y cuando Schwitters convierte el ensamblaje en una construcción que crece desmesuradamente y sin control, esa construcción se hace insoportable, es necesario literalmente volarla: el nacionalsocialismo no puede tolerar un mundo incontrolado, un ensamblaje autosuficiente que protagoniza un universo radicalmente distinto del difundido en este momento. La creación de Schwitters, su construcción, es el límite mismo del ensamblaje, el límite mismo del extrañamiento, el "objeto" que se hace autónomo sin respetar ninguna de las pautas establecidas. El "objeto" se pone por encima y más allá del mundo al que se refiere, y ese mundo puede verse en un espejo sobre el que carece de dominio y autoridad. "



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