El hombre demolido (fragmento)Alfred Bester
El hombre demolido (fragmento)

"¡EXPLOSIÓN! ¡Conmoción! Las puertas de la celda se abren de par en par. Y muy adentro la libertad está esperando, envuelta en la capa de la sombra, y huye hacia lo desconocido...
¿Quién es ése? ¿Quién está en el interior de la celda?¡ Oh, Dios! ¡Oh, Cristo!¡ El hombre sin cara! Me mira. Me espía. Silencioso. ¡Corre! ¡Escapa! ¡Huye! ¡Huye!
Huye a través del espacio. Estás seguro en la soledad de esta plataforma de donde se levantan los cohetes para hundirse en las lejanías desconocidas.. . ¡Las puertas del cohete! Se abren. Pero no. No hay nadie que pueda abrir la puerta lentamente, fatalmente... ¡Oh, Dios!¡El hombre sin cara! Me mira. Me espía. Silencioso...
Pero yo soy inocente, excelencia. Inocente. Y nunca podrán probar mi culpabilidad, y nunca dejaré de defender mi caso aunque golpee usted sobre la mesa hasta ensordecerme y. . . ¡Oh, Cristo! En el tribunal. Con toga y peluca. El hombre sin cara. Me mira. Me espía. El espectro de la venganza...
Los golpes del juez se convirtieron en nudillos que golpeaban la puerta de la antecámara. La voz del camarero dijo:
-Nueva York, señor Reich. Dentro de una hora. Nueva York, señor Reich.
Los nudillos martillaban la puerta. Reich recobró la voz.
-Bueno -graznó-, ya le he oído.
El camarero se fue. Reich salió de la cama líquida y descubrió que se le aflojaban las piernas. Se apoyó en la pared y se enderezó lanzando maldiciones. Aún en las garras del terror de la pesadilla, se metió en el baño, se depiló, se dio una ducha y un baño de vapor y otro de aire, todo en diez minutos. Todavía se tambaleaba. Entró en el cuarto de masajes y apretó el botón de la sal fosforescente. Un kilo de sal perfumada y húmeda le bañó el cuerpo. Cuando los cepillos iban ya a masajearlo decidió que necesitaba un poco de café. Salió del cuarto para llamar al camarero.
Se oyó una explosión apagada y Reich cayó de bruces. Unas partículas se le clavaron en la espalda desnuda. Se precipitó en la alcoba, tomó la maleta, y se volvió como un animal acorralado mientras abría automáticamente la tapa buscando los bulbos detonadores que siempre llevaba consigo. No estaban en la maleta.
Se dominó. Sintió las mordeduras de la sal en las heridas de la espalda y el correr de la sangre. Sintió que ya no temblaba. Volvió al baño, apagó el aparato de masajes y buscó el origen de la explosión. Alguien había revisado la maleta durante la noche plantando un bulbo explosivo en cada uno de los cepillos. Había salvado la vida sólo por una fracción de segundo... ¿Quién había querido matarlo?
Inspeccionó la puerta de la antecámara. Habían usado indudablemente una llave especial. No se veía ninguna señal de violencia. ¿Pero quién? ¿Por qué?
-¡Hijo de perra! -gruñó Reich. Retornó al baño, se lavó la sangre y la sal, y se roció la espalda con un coagulante. Se vistió, tomó su café, y descendió a la sala de pasajeros, donde, luego de una furiosa escaramuza con un telépata de la aduana (Tensión, compresión y comienza la disensión), se embarcó en la lancha de Monarch que estaba esperándolo para llevarlo a la ciudad.
Desde la lancha llamó al edificio Monarch. La cara de su secretaria apareció en la pantalla.
-¿Ninguna noticia de Hassop? -preguntó Reich.
-No, señor Reich. No desde que usted llamó desde Espaciolandia. .
-Déme sección Entretenimientos.
La pantalla se cubrió de rayas y mostró luego el salón de recreos amarillo cromo de Monarch. West, barbudo y profesoral, estaba guardando cuidadosamente unas hojas escritas a máquina en unos biblioratos plásticos. Alzó los ojos y sonrió mostrando los dientes.
-Hola, Ben.
-No estés tan contento -gruñó Reich-. ¿Dónde demonios está Hassop? Pienso que tú seguramente...
-No es ya mi problema, Ben.
-¿Qué estás diciendo?
West exhibió los volúmenes.
-Estoy aquí sólo para dar los últimos toques a mi trabajo. Historia de mi carrera en Monarch para tus archivos.
-¡Qué!
-Sí. Te lo advertí, Ben. El gremio acaba de ordenar a Monarch que me deje en libertad. El espionaje comercial está prohibido. .
-Oye, Ellery, no puedes irte ahora. Estoy en un aprieto y te necesito de veras. Alguien me preparó una trampa en el barco, esta mañana. Me salvé por un pelo. Tengo que descubrir qué pasa. Necesito un telépata.
-Lo siento, Ben.
-No tienes por qué trabajar para Monarch. Puedes seguir con un contrato privado. Servicios personales. Un contrato como el de Breen.
-¿Breen? ¿Un segundo? ¿El analista?
-Sí, mi analista.
-Ya no.
-¡Qué!
West movió afirmativamente la cabeza. "



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