Lady Halcón (fragmento)Joan D. Vinge
Lady Halcón (fragmento)

"Isabeau estaba sentada, ausente, junto al fuego, acurrucada en la capa de Navarre. Detrás del cerco de luz de las llamas, la raja medio helada de la luna menguante bañaba el río helado y la nevada orilla con su pálida luz azul. Había un montón de leña bien dispuesto junto al fuego, pero al llegar al campamento había encontrado la espada de Navarre tirada en la nieve. No se veía a Phillipe por ningún lado ni unas segundas huellas de su caballo. No podía creer que los hubiera abandonado, sobre todo después de lo sucedido la noche anterior. Apretó con fuerza los puños bajo la negra capa de lana.
Sabía que Navarre los llevaba a Aquila, pero ¿por qué? ¿Habría perdido la esperanza? Phillipe había eludido sus preguntas cuando intentó saber algo más y a ella le había faltado valor para insistir, al comprender por qué callaba. Era fácil imaginar por qué no quería contestar. Durante dos años Navarre había estado rondando aquellas montañas en espera de una oportunidad para acercarse al obispo y conjurar el maleficio que pesaba sobre ellos, pero era imposible romper aquel maleficio; por lo tanto, restaba una alternativa. Después de todo... tal vez fuera lo mejor.
Su odio nunca había sido igual que el de Navarre. Ella había visto adonde había conducido a su padre la impulsividad: a perder su propia vida sin aniquilar a los enemigos de Dios. Al principio ella no quería vengarse, sólo escapar, pero había llegado a entender la obsesión de Navarre por no marchar, porque ¿adonde podrían ir, vivir, que no fuera un infierno?
Por ello, en su fuero interno, ella había vuelto su indignación contra sí misma, atribuyéndose la culpa del comportamiento del obispo y de todas las desgracias causadas. En un momento de desesperación había tomado la daga, cortándose el dorado cabello que le caía hasta más abajo de la cintura —aquel pelo que tanto gustaba a Navarre— y lo había dejado en el suelo para que él lo encontrara.
Pero, con el tiempo, se había dado cuenta de que ella no tenía la culpa de la lascivia del obispo... que el único culpable era él. Después, había continuado cortándose el pelo como un varón porque era más cómodo y un ardid útil para una mujer sola; había aprendido a vivir en soledad, superando la desesperación, y comprendía aquel acuciante deseo de venganza de Navarre.
Los recuerdos de la noche anterior centellearon de nuevo en su cerebro: el lobo muerto, el cazador destrozado por su propio cepo, Phillipe. ¿Dónde estaría? ¿Dónde? ¿Y dónde estaría el lobo?
Como contestación oyó un aullido lejano y se sintió abatida. Miró más allá del río helado, en dirección al reclamo, y se volvió asustada al oír crujir la nieve a sus espaldas. Vio llegar a Phillipe entre los árboles y sonrió tranquilizada.
—¡Ya estás aquí! —exclamó, tratando inútilmente de hacerle creer que lo esperaba, y bajó los ojos avergonzada.
—Se me hacía tan... raro, pasar una noche sin ti...
Phillipe se quedó mirándola durante un largo instante como si sus ojos no se cansaran de contemplarla, para a continuación bajar la mirada y decir como si detestara sus propias palabras:
—Puede ser... nuestra última noche juntos, Isabeau.
—No... —susurró ella remisa y acongojada, levantándose del tronco—. ¿Por qué?
—Hay un modo de romper el maleficio —dijo Phillipe, mirándola de nuevo con decisión.
Isabeau le miraba pasmada.
—No quería infundiros falsas esperanzas —añadió Phillipe, presto, como si supiera lo que ella estaba pensando—. No quería decíroslo hasta creerlo yo mismo, creer de verdad que es posible. Tenemos un plan...
—¿Tenéis un plan... —preguntó ella anhelante— tú y Navarre?
—No, yo... —contestó Phillipe, sintiéndose súbitamente culpable y mirando hacia el bosque— y él.
Fray Imperius se dejó ver a la luz. Isabeau sintió una cruel decepción; no era más que aquel viejo borracho cuya flaqueza los había perdido... el que le había salvado la vida, cuando podía haber sido el fin más tolerable. "



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