Long John Silver (fragmento)Bjorn Larsson
Long John Silver (fragmento)

"El Rose era un barco con un buen botín, uno de los mejores, aunque el oro y las piastras eran lo último que yo tenía en mente. Ni siquiera las piedras preciosas, que eran mi debilidad, podrían hacerme variar de rumbo.
Lo dispuse de modo que fui en el mismo barco que Deval. Creo que fue Pew quien me ayudó, aunque había perdido la vista con una mecha que le explotó en la cara cuando íbamos a abordar el Rose. Y no porque yo le importara lo más mínimo, sino porque él seguía siendo tan endemoniado como siempre. Estábamos en cubierta y me bajó como si yo fuera un saco de patatas. El bastón que el carpintero de a bordo me había hecho aquella misma mañana lo arrojó a la buena de Dios, detrás de mí, como si fuera una lanza. De haber sido por Pew, habría perforado el cráneo a alguno de los hombres. Ésa era la idea de la diversión que tenía Pew, tanto ciego como cuando veía como un lince. Alguien podía morir antes incluso de que decidiera si valía la pena vivir. Me estiré cuanto pude y cogí el bastón en el aire. Dicho sea de paso, yo a Pew le hacía la vida imposible. A pesar de todo, no me odiaba. Supongo que eso superaba su limitada inteligencia.
Cogí el bastón con la mano derecha y a Deval, que estaba delante de mí, le di un ligero golpe en el hombro.
—Por poco, Deval —dije—. Podía haberte dado. Pero hace un buen día, ¿verdad, Deval? ¡No podía haber sido mejor!
Sin volverse, gruñó algo inaudible por toda respuesta. Supongo que no se atrevía a mirarme a los ojos. Sospecho que tenía miedo de que yo llegara a adivinar qué pasó en realidad cuando me dejaron la pierna hecha trizas.
—Una buena recompensa, con ron en abundancia —continué con voz alegre—. Un aventurero no necesita mucho más para pasar un buen día. ¿Qué más podría desear? ¿Mujeres? Sí, quizá. Pero el oro y el ron son más fáciles de compartir.
Entre compañeros, se entiende.
Se oyó un murmullo de aprobación entre los hombres. Estaban contentos, se relamían sólo de pensar en la juerga que les esperaba. A los hombres les sonreía la vida. En tierra no existía nada que se llamara disciplina. Cada uno era como le daba la gana, y ni siquiera Flint podía hacer nada al respecto.
Ahora iban a demostrar que tenían derecho a vivir como cualquier otro. Siempre la misma canción desesperada.
Ron y alaridos, vocerío y ron, ron y más gritos, borrachera y ron, ron y diversiones, peleas y ron, todo condenadamente revuelto.
Miré hacia el barco de Flint; estaba a proa, a un cable de distancia. Él iba en popa con su sombrero rojo sangre, y daba las órdenes a gritos. A bordo de un barco, con la tripulación, Flint sólo tenía un tono de voz. Daba lo mismo que se tratase de un bote o de una fragata. Flint tenía una bocaza como una bocina. A la rehén la había dejado a bordo, señal de que todavía la quería para él solo durante un par de días más. Busqué al cirujano. Sí, también estaba allí. Su calva, como si fuera un pavo recién desplumado, sobresalía dos bancadas delante de Flint.
Nunca he entendido a los cirujanos y mucho menos al del Walrus. ¿Qué era lo que les hacía mantener con vida a gente como nosotros, si a nosotros, en definitiva, nos daba igual y encima los aborrecíamos como a la peste? Nunca me había encontrado con un marinero al que le importara el médico. Una vida entre sangre, ¿para qué? En cualquier caso, tampoco eran muy religiosos; no podían pasar por samaritanos compasivos. Entonces, ¿por qué? No lo entendía entonces y sigo sin entenderlo. Además, eran hombres cultos. En el Walrus, aparte de mí, el cirujano era el único que había leído un libro de verdad. Y no me refiero a la Biblia, aunque eso tampoco le habría servido de mucho. En realidad era un diablo siniestro. Ese día por lo menos iba a trabajar para ganarse su parte del botín. Además, me había salvado la vida. Quizá me decidiera a darle las gracias. Para variar. "



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