Ángeles asesinos (fragmento)Michael Shaara
Ángeles asesinos (fragmento)

"Chamberlain recorrió la línea. La batalla arreciaba en el norte. No se trataba de ninguna distracción. En fin. Se sintió extrañamente decepcionado. Luego sintió una traza de orgullo. Lo intentaron por este flanco ayer y no consiguieron movernos. Ahora lo intentan por el otro flanco. Se preguntó quién sería su opuesto, el coronel del ala derecha, el último hombre a la diestra de la línea de la Unión. ¿Qué tropas comandaba? ¿En qué estaba pensando ahora? Buena suerte, coronel, deseó mudamente Chamberlain, saludando en su mente. Pero no tiene usted soldados como éstos. Renqueó entre los hombres, pasando junto a cada uno como un fuego vivificador. Compartía con todos ellos el recuerdo del día anterior. Había estado con ellos en ese otro mundo; estaban en él ahora, el mundo elevado y diáfano del último hombre de la línea, con todo el enemigo acercándose, Tozier en la roca con la bandera en la mano, Tom taponando la abertura, bayonetas en ristre, la última carga feroz. Repartía sonrisas a su paso, palmeaba hombros, preocupado por los pequeños sonidos. Un muchacho yacía detrás de una roca. Le habían atravesado la mejilla de un disparo el día antes pero no se había refugiado en la retaguardia, había cargado, había venido hasta lo alto de la colina. Ahora lo atenazaba la fiebre, y la herida de su cara se había inflamado. Chamberlain ordenó que lo trasladaran al hospital de campaña. Había varios indicios de enfermedad, un posible caso de tifoidea. No había nada que hacer salvo destinar a los hombres colina abajo. Pero ninguno de ellos quería irse, algunos profesaban un miedo cerval al hospital mismo, algunos no querían separarse de los hombres que conocían, los hombres en los que podían confiar, su regimiento natal. Chamberlain empezó a preocuparse por la comida. Pensó: Se han olvidado de nosotros aquí arriba. Nadie sabe lo que hicieron ayer estos hombres. Salvaron la línea entera, Dios lo sabe, y ahora ni siquiera puedo darles de comer. Comenzaba a enfadarse. Remontó la colina y se abrió de nuevo la herida dentro de su bota, que empezó a sangrar otra vez. Se sentó en lo alto de la colina, escuchando el fuego de cañones y mosquetes atronando en el norte, agradecido en ese momento porque fuera allá, y se quitó la bota, vendó el pie, deseó tener algo con que lavarlo, pero el agua que había estaba sucia y teñida de sangre. Había un arroyo abajo: Plum Run. Atestado con los muertos del día anterior. Estaba bien estar en lo alto, allí arriba; no parecía que se levantaran los olores de la muerte. El viento seguía soplando del sur, llevándose la peste. Sabes, el regimiento está agotado. Ese pensamiento había tardado tiempo en concretarse, se había formado despacio mientras recorría la línea arriba y abajo. Se puede empujar a un hombre hasta un límite. Pensó: Un poco de comida. Un poco de descanso. Volverán a recuperarse. Menos de doscientos ahora. Y allí en la roca, sentado y contemplando la larga línea de siluetas informes bajo los árboles oscuros, presintió por primera vez el comienzo del fin. Estaban agotándose como granos en un reloj de arena. ¿Hasta cuándo? Cada uno de ellos era cada vez más preciado. Lo que queda ahora es lo mejor, cada hombre una roca. Pero hay tan pocos ahora. Empezamos con mil y nos hemos ido reduciendo, limando, cribando, hasta que lo que teníamos ayer era excelente, absolutamente excelente, y ahora sólo alrededor de doscientos, y, Dios, de no ser por esos muchachos del Segundo de Maine... pero el final está a la vista. Otro día como el de ayer... y el regimiento habrá desaparecido. "


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