Petrogrado (fragmento)Andrei Biely
Petrogrado (fragmento)

"Sofía Petrovna ocultó modestamente su naricita en el manguito de plumón; el puente Troitski, a su espalda, corría hacia aquellos parajes mudos, y en el puente de hierro, sobre las barandillas húmedas, sobre el agua verdusca plagada de bacilos, pasaban sobre ella, llevados por las ráfagas del viento del Neva — un bombín, un bastón, un abrigo, unas orejas, una nariz.
De pronto, los ojos de ella se detuvieron, parpadearon, se entornaron: al pie de las barandillas húmedas, esparrancado, estaba un buldog listado* baboseaba entre los dientes una fusta plateada; ella alzó la mirada, y sobre la barandilla húmeda vio: una cara de cera de labios abultados asomaba de la capa; parecía sumido en unos pensamientos que habían inducido el estado de ánimo de ella en los últimos días, porque en los últimos días ella cantaba con mucho sentimiento una romanza.
Mirando un rayo del purpúreo ocaso, estaba usted a la orilla del Neva.
A la orilla del Neva estaba él, con la mirada inexpresiva puesta en el verde; o, no, puesta allí, donde se humillaban las islas, donde se agazapaban los edificios de las islas y donde sobre las blancas murallas de la fortaleza, tan fría bajo el cielo, dolorosamente aguda e inclemente, se elevaba la aguja de Pedro y Pablo.
¡Toda ella se lanzó hacia él! ¡Para qué las palabras! ¡Con el pensamiento! El no advirtió su presencia; los ojos vidriosos agrandados, parecía un monstruo sin brazos.
Ella se apartó; Nikolai Apolónovich se volvió lentamente hacia ella; y se alejó a paso ligero, tropezando y enredándose en el largo faldón de la capa; en la esquina le esperaba un coche de alquiler: y el coche partió a toda velocidad; la rebasó; Nikolai Apolónovich, reclinando el cuerpo, sujetando con las manos el bozal del buldog, se volvió hacia ella; la miró, sonrió; el coche pasó fugaz.
De pronto cayó la primera nieve; fulguraba como breves diamantes vivos; el redondel claro de un farol iluminó: el costado del Palacio de Invierno, el Canalillo y el puente de piedra: hacia la sombra corría el Canalillo; en la esquina, un coche esperaba a alguien; en el coche, abandonada con descuido, había una capa.
Sofía Petrovna permaneció un largo rato en el espinazo del puente, asomada soñadora al Canalillo lengüeteante que exhalaba vaho; en otras ocasiones también se detuvo aquí para suspirar por Liza, y pensaba en serio en las desventuras de la protagonista de la ópera «Dama de picas», en las melodías divinas, asombrosas, maravillosas; y a media voz canturreaba: —¡Tatan: tan, tan!... ¡Tatan: tan, tan!
Oyó el ruido de unos pasos apresurados; miró y ni siquiera gritó: de pronto, como desconcertado, de la fachada lateral del Palacio se escurrió un dominó rojo, corría de un lado para otro, como si buscara a alguien, y al ver en el espinazo del puente una sombra femenina, se lanzó a su encuentro; tropezando en el empedrado, exhibiendo su antifaz con la burlona hendidura de los ojos; bajo el antifaz, un soplo helado jugaba con la densa maraña de filigrana; el enmascarado corría hacia el puente; a Sofía Petrovna Lijútina no le dio tiempo a comprender que se trataba de un dominó burlesco, que un barrabás de mal gusto (sabemos quién) quería gastarle una broma, que bajo el antifaz de terciopelo y de la barba afiligranada había un rostro humano; observó fijamente la mirilla alargada. Sofía Petrovna pensó (con su pequeño cerebro) que en el mundo se había abierto una brecha y que de la brecha, no del mundo, el payaso corría hacia ella: quien fuera aquel payaso, no podría precisarlo.
El dominó subió a trompicones al puente; se agitaron susurrantes las aspas de raso y, rojas, cayeron al otro lado de la barandilla; de pronto, quedaron al descubierto las trabillas de color verde pálido del pantalón; el payaso se había convertido en un payaso grotesco; un chanclo le resbaló en la redondez del arco: el payaso cayó al suelo; sobre él sonaron simplemente carcajadas. "



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