Recordando a Rudolf Steiner (fragmento)Andrei Biely
Recordando a Rudolf Steiner (fragmento)

"Esta ligereza era una impresión moral. Yo siempre había tenido un poco de miedo de los "sabios" y de los "mentores"; e incluso cuando buscaba a alguien que me dirigiera, pensaba: "Es una pérdida de tiempo; mi única reacción hasta el momento ha sido responder a la enseñanza con la insolencia"; todo sabio me parecía henchido del "espíritu de gravedad"; y no podía soportar las "gravedades"; el "clic" no se producía; y sin embargo, en mi subconsciente, cada vez que veía un "sabio" me dejaba tentar; mi libre voluntad respingaba ante la eventualidad de ser dirigido, pero el deber a veces me inspiraba: "Tú no sabes gran cosa, mientras que alguien que tú no conoces sabe: alguien a quien buscas". Me angustiaba la idea de que si encontraba a ése que buscaba, "al que sabe", no podría sacar nada de ello porque sería repelido lejos de él por mi propio: "¡No, no, no es esto!". Y se levantaba en mi espíritu la imagen del "camello" pesadamente cargado de leyes y de preceptos que lo metamorfosean, y a mí con él, en una noble bestia de carga.
Y mis encuentros con aquéllos a quienes llamaban familiarmente "los grandes" tenían vida propia. Recordaba haberme encontrado varias veces con Tolstoi cuando yo era niño; con Soloviov, en mi adolescencia; después, más tarde, con Jaurés e incluso con otros, gente que yo respetaba (mi padre, L.I. Polivanov).
En mis años de estudiante inventé el mito de un sabio "diferente"; llevaba su imagen en mí; le conocía íntimamente, con el espíritu de mi alma; pensaba: ¡es "mi" mito! Suspiraba por "mi sabio", mi querido pariente, mi verdadero hermano, mi amigo, mi maestro, mi héroe claro y dichoso, y esta espera hacía irrupción a veces de forma extraña en mis artículos: "El sabio es el más sutil, el más dichoso de los animadores. No es serio ni grave más que para quienes son incapaces de unir sabiduría y ligereza... Piensa libremente. Su pensamiento revolotea. Es una música. Su velo de indiferencia cae para escasos elegidos. Una expresión de ardiente fuerza y de ternura sobrehumana hierve en su rostro iluminado... etc." (el simbolismo como concepción del mundo, p.229, 1903).
Las palabras son símbolos; cuando yo decía "gozo" y "ligereza", sobreentendía "luz de las alturas" y "ritmo"; en esa época vivía en mí una convicción: "Un artista no puede ser un guía. Buscas en él a otro... bajo un rostro trágico se transparenta otro rostro, encontrado por fin para la eternidad... rostro que nos mira con una sonrisa triste y dulce... sus rasgos luminosos son sutilmente transparentes a fuerza de gozo, de ternura y de paz" (Arabescos, 1904).
La espera de "mi" sabio no me dejaba reposar; pensaba que no era más que un mito; y a todos los que se llamaban sabios los rechazaba de antemano.
Los segundos que pasaron entre la aparición de Steiner saliendo de las tinieblas azules y el momento en que él ya estaba de pie en el estrado ante un ramo de rosas púrpuras, son para mí inolvidables: era la angustiosa espera de todos esos años míos quien subía al estrado, era el retrato de mi sabio que se encarnaba: ¡el hombre de los pies ligeros! Y ese color luminoso de los ojos que, a base de tristeza y de sufrimiento, me sonreía con todas las miserias del mundo: ¡que me miraba a los ojos!
"¡Tú eres!"
Entonces, el fundamento oculto de mi voluntad se me reveló: ¡era el icono del rostro de mi alma quien estaba ahí!
A decir verdad, a quien yo había visto era a mí mismo, el que yo exigía de mí (los ideales que construimos, ¡los hacemos para el futuro!); y ahí, de pie sobre el estrado a cuatro pasos de mí, Steiner se ha convertido... en mi prójimo. "



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