El fantasista (fragmento)Hernán Rivera Letelier
El fantasista (fragmento)

"El espectáculo que hacía toda esa muchedumbre frenética detrás del arco era formidable. Daba la impresión, contaba después el Tuny Robledo, que al patear el penal debía batir no sólo al guardavallas, sino a todo ese montón de personas, «¡a toda esa microbiada de gente que grita y gesticula reunida detrás del arco, señora, señor, amontonada a todo lo ancho del fondo de la cancha y casi traspasando la raya!», gritaba a los cuatro vientos Cachimoco Farfán, que casi pierde la voz en la transmisión del partido y, sobre todo, en la locución de este último lance; enardecida locución que, según la creencia popular, aún se oye en las tardes de viento en el sitio eriazo en que se convirtió nuestro campo de juego, y todo el perímetro en donde alguna vez se alzó el campamento. Porque estaba profetizado por el hermano Zacarías Ángel que Coya Sur no iba a transformarse en otro pueblo fantasma, como los tantos diseminados a través del desierto, sino que además de ser abandonado, desmantelado y desbaratado, sería borrado para siempre de los mapas geográficos y políticos de la República de Chile. Como al final se hizo. No dejaron piedra sobre piedra, recuerdo sobre recuerdo, arrasaron incluso con los algarrobos y pimientos de la Plaza Redonda. Se ensañaron hasta no dejar ninguna huella de la vida que allí hubo, ningún rastro de los amores que se vivieron, ningún vestigio ni sedimento de las penas y las alegrías de sus habitantes. Hoy sólo el viento recorre aullando el sitio geológico en donde alguna vez estuvieron las casas (el viento y las ánimas de los cuatro electricistas del campamento buscando las puertas batientes del Rancho Huachipato para apagar su sed ecuménica); sólo el viento y los remolinos lamen las piedras y peinan el terreno árido de la cancha de fútbol donde, todavía, con un poco de cálculo e imaginación se puede adivinar el rayado del rectángulo, el círculo central y las áreas grandes y chicas. Y si se tiene un poco de suerte y más o menos se sabe de qué se está hablando, es posible ubicar el lugar exacto donde estuvo marcado el punto penal del arco oeste. Porque aunque haya pasado el tiempo inexorable, aunque hayan pasado los años unos tras otros, lentos y fatales, todavía esa marca no deja de blanquear bajo el sol del desierto, gracias a que cada primero de noviembre los peregrinos que vienen al cementerio suelen buscarlo para fotografiarse acuclillados alrededor de él, junto a sus nietos y bisnietos, y después, emocionados hasta las lágrimas, proceden a recalcarlo con ceremoniales puñados de salitre o de cal (las mujeres derraman sus polveras) para que la memoria del tiempo no olvide jamás el sitio en donde una lejana tarde de domingo cayó muerto el Fantasista de la pelota blanca, el lugar preciso donde se pateó el último penal del último partido jugado antes del advenimiento del fin del mundo, penal relatado a todo pulmón por el inefable Cachimoco Farfán, quien, con su micrófono de tarro agarrado a dos manos, atragantándose, babeándose entero, con las venas del cuello a punto de reventar, vociferaba, aullaba, bramaba y ululaba a los cuatro vientos. "


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