La joven guardia (fragmento)Aleksandr Fadéyev
La joven guardia (fragmento)

"Permanecieron calladas algún tiempo. Ulia notaba la respiración jadeante y los latidos del corazón de Valia.
-¿Qué te pasa, chiquilla? -preguntó en voz baja.
Valia levantó hacia ella su rostro con los labios húmedos, entreabiertos.
-¡Ulia! -balbuceó-. Me llevan a Alemania...
Además de la profunda repugnancia que le causaban los alemanes y todo cuanto hacían en la ciudad, Valia Filátova les tenía un miedo cerval. Desde el día de su llegada, estaba siempre esperando que le ocurriera algo espantoso a ella o a su madre.
A partir de la publicación de la orden de registro en la Bolsa de Trabajo, Valia vivía en la angustia de que debía ser detenida de un momento a otro por no haber cumplido la orden. Le parecía que era criminal, en lucha contra las autoridades alemanas.
Aquella mañana, camino del mercado, había encontrado a unos cuantos vecinos suyos que, ya inscritos, iban al trabajo, consistente en la reparación de uno de los pequeños pozos, tan numerosos alrededor de Pervomaisk.
Y entonces Valia fue a inscribirse, sin decir nada a Ulia, porque le daba vergüenza confesarle su debilidad.
La Bolsa de Trabajo estaba en una casa blanca de un solo piso, en lo alto del cerro, no lejos del Comité Ejecutivo del distrito. A la entrada, aguardaban unas cuantas docenas de vecinos, jóvenes y viejos, principalmente mujeres y muchachas. Desde lejos, Valia reconoció a Zinaída Viríkova, compañera suya de clase en la escuela de Pervomaisk. La reconoció por la estatura exigua, los cabellos lisos, como pegados al cráneo, y las dos coletitas apuntando adelante, y se acercó a ella para ganar unos cuantos puestos en la cola.
No, no era una de esas colas que la gente se había visto obligada a hacer tantas veces durante la guerra: a la puerta de panaderías, de las tiendas de comestibles, para recoger las cartillas de racionamiento o incluso para ser enviada al frente del trabajo. Entonces, cada uno procuraba estar lo más cerca posible, y todos se indignaban cuando alguien, valiéndose de sus amistades o de su situación, intentaba pasar antes de que le llegara la vez. Pero ahora, ante la Bolsa de Trabajo alemana, nadie quería entrar el primero. Viríkova, sin decir una palabra, lanzó a Valia una mirada fría de sus ojos demasiado juntos y le cedió el puesto delante de ella.
La cola avanzaba con bastante rapidez: la gente entraba de dos en dos. Valia, que apretaba contra el pecho con mano sudorosa el pasaporte envuelto en un pañuelo, entró al mismo tiempo que Viríkova.
En la habitación del registro había, frente a la puerta, una larga mesa, detrás de la cual estaban sentados un grueso cabo alemán y una mujer rusa de suave tez sonrosada y barbilla anormalmente puntiaguda. Valia y Viríkova la conocían: daba clase de alemán en las escuelas de Krasnodón, entre ellas en la de Pervomaisk. Por chocante que pareciese, también en su apellido había algo de alemán: se llamaba Nemchínova. "



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