Intimidades de la historia (fragmento)Carlos Fisas
Intimidades de la historia (fragmento)

"En Madrid no hay ladrones mayores que los representantes de la Justicia, los cuales, impunemente, se apropian los derechos del Rey y le saquean de tal modo, que con frecuencia carece en absoluto de dinero. No se contentan con apoderarse de cuanto al soberano corresponde; también roban al pueblo, y aun cuando las leyes del país son muy severas y muy justas, nadie lo nota ni tiene que lamentarlo al caer bajo su peso, porque los encargados de aplicarlas no son los últimos en corromperlas. Dándole algún dinero a un alcalde o a un alguacil se consigue detener a la persona más inocente del mundo; y si mayor infamia se pretende, la veréis encerrada en oscuro calabozo, donde morirá de hambre, sin que hayan precedido judiciales diligencias, ni órdenes, ni decretos. Y cuando el atropellado recobra la libertad, es inútil que recurra contra el indigno servidor de la Justicia, pues tales hombres, que se hallan ya bien abroquelados en todas partes, aquí son invencibles, porque los buenos jueces andan muy escasos y los malos se auxilian mutuamente.
"Los ladrones, los asesinos, los envenenadores y las personas capaces de cometer los más horrorosos crímenes viven en Madrid tranquilamente, mientras no posean hacienda, porque, ya en ese caso, no faltará quien les inquiete para quitársela.
"Sólo se consuma la pena de muerte dos o tres veces al año. Los españoles se resisten a condenar a un criminal quitándole la vida, porque dicen: al fin y al cabo es un compatriota y un súbdito de su mismo Rey. Por esto, generalmente los presos acaban en las minas o en galeras; pero cuando algún miserable ha de morir para satisfacer a la Justicia, le pasean por las calles sobre un asno, cubierto con una hopa negra y encarado con la cola del animal. Al subir al patíbulo se le permite arengar al pueblo, que algunas veces le oye de rodillas, deshecho en lágrimas y dándose fuertes golpes en el pecho. Cuando el condenado acaba de hablar, el verdugo le ahorca. Y como estos casos de justicia no son frecuentes, aquí producen honda impresión.
"Por muy poderosos que sean los magnates, por mucho que sea su orgullo y mucha su pretensión, obedecen las menores órdenes del Rey con una exactitud y un respeto incomparables. A la primera indicación se ausentan, o vuelven y se van a las prisiones o al destierro sin pronunciar una queja. Sería imposible hallar sumisión más absoluta ni veneración más rendida que las profesadas por los españoles a su Rey, cuyo nombre se considera sagrado, hasta el punto de que basta decir "el Rey lo quiere" para convencer al pueblo de lo que más le desagrada; y en nombre del Rey se agobia con impuestos inverosímiles a los pobres habitantes de las dos Castillas. No sucede otro tanto en las demás provincias y reinos, donde blasonan de independientes; dicen que son libres y sólo pagan lo que bien les parece.
"Ya he indicado que se sigue con minuciosa exactitud en todo la política de Carlos V, sin tener en cuenta que los sucesos cambian con los tiempos, y siempre son distintos, aunque parezcan semejantes, y aunque se vean rodeados por las mismas circunstancias; así, lo que pudo fácilmente lograrse mientras corrían los años florecientes de un venturoso reinado, ni se debiera intentar cuando las desdichas aminoran su fortuna; pero la vanidad instintiva de los españoles no les permite ver su decadencia; su espíritu les engaña y olvidan que sus abuelos valieron mucho más. No es indispensable haberlos conocido para poder afirmarlo. "



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