Los últimos días de Pompeya (fragmento)Edward Bulwer-Lytton
Los últimos días de Pompeya (fragmento)

"Tranquilizada Nydia con la relación que Sosio le hizo a su vuelta, y segura de que su carta estaba en manos de Salustio, se entregó otra vez a la esperanza. Seguramente, iría volando a casa del Pretor en busca del egipcio, para libertarla a ella y abrir el calabozo de Caleno. Aquella misma noche estaría Glauco libre. ¡Ay! Pasó la noche, apareció la aurora, y no oyó más que los apresurados pasos de los esclavos por el peristilo, y los preparativos que hacían para irse a los juegos. Un poco después, la imperiosa voz de Arbaces y una tocata alegre: la comitiva iba al anfiteatro para recrear sus miradas en las últimas convulsiones del ateniense.
El séquito de Arbaces se adelantó despacio y con gran solemnidad hasta llegar al sitio donde se apeaban las personas que iban en litera o en carruaje. Allí salió el del suyo, y se fue a los asientos reservados a las personas de distinción. Los empleados que recibieron los billetes de sus esclavos colocaron a éstos en el anfiteatro llamado populario (tendido); es decir, donde se sentaba el pueblo, como sucede ahora. Desde su asiento Arbaces vio de una ojeada la impaciente multitud que llenaba el inmenso teatro.
En las gradas superiores, y aparte de los hombres, se colocaban las mujeres, cuyos vestidos de mil colores producían el efecto de un vergel de flores. "



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