Que viva la música (fragmento)Andrés Caicedo
Que viva la música (fragmento)

"Así fui notando el terrible proceso de descenso o de desgaste: al principio me extraño que la gente bailara poco o no bailara. Luego, ni siquiera me hablaban. Mi baile, mi permanente movimiento y mi canto (ya había aprendido a repetir letras) eran siempre un desafío y a la larga una ofensa. Empecé a tartamudear como Mariángela en los momentos críticos.
Cuando caminaba con ella nunca conversábamos, tanto era ese sabernos progresivamente idénticos. El mismo caminado despacioso, saludar amable para animar al muchacho y después, cuando saque a bailar o invite, salirle con cualquier grosería. La misma manera de tranquilizarse pasándole la mano por el pelo: luego yo empezaría a olerme la mano: ella copió ese gesto, y agachaba la mirada cuando yo la sorprendía en plena imitación, pero no se sacaba la mano de la nariz, la olía en espasmos largos y me confesó: "me huele a cuando yo estaba chiquita y jugaba bowling". Más de una vez me dijeron que algo francamente raro le estaba pasando a ella, más de una vez vi que nos miraban estupefactos, intentando comparar ambas furias cuando para qué, si las furias eran iguales. Ellos nos sopesaban pero de lejitos.
Siempre me gustó una camiseta de rayas verdes y rojas que usaba ella. El día de mis 16 años me la regaló y se quedó sin nada. Yo no sé si esto de irse pareciendo a otra persona es ofrecerle al mundo un refuerzo de una personalidad fascinante, o ganas de quitársela al mundo y suplantarla, no con la misma intensidad ni con la misma simpatía, quiero decir, no con tanto éxito. Lo cierto es que ya nos decían: "se parecen tanto, que si uno sale con la una es como salir con ambas". Antes, en mis comienzos, Mariángela era la que más sabía y menos se dejaba. Yo nunca supe más que ella, sencillamente la igualé, aprendí que las rumbas eran acontecimientos organizados para mi sólo festejo, y que yo y sólo yo, por el deber penoso de comprenderlas duro, obtenía el derecho único de gozarlas todas. No era entonces espectáculo agradable ver a dos peladas bailando juntas pero cada una completamente sola, mucho menos cuando cada movimiento era bastante más que meramente parecido al de la otra, y vaya a saber uno a estas alturas quién copiaba a quién o quién se parecía más a la otra para ir perdiendo la imagen propia, o quién, de tanto parecérsele, le iba robando la persona, pues la mejoraba o la copiaba tan fielmente que, una de dos, el original o el facsímil se iba a hacer innecesario.
Es que eso del Rock and Roll le mete a uno muchas cosas raras en la cabeza. Mucho chirrido, mucho coro bien cantado, mucha perfección técnica, y luego ese silencio y el encierro... Salía era para verla a ella, y al final, de ella no fui teniendo otra cosa que recados, después ni los recados. Los muchachos ya se estaban acostumbrando a que la gente se perdiera. Pedro Miguel Fernández ya había envenenado a las hermanas, cosas así hacen que uno, por más joven que sea, se vaya volviendo creyente de todo y devoto de nada. "



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