Un lugar llamado Estherville (fragmento)Erskine Caldwell
Un lugar llamado Estherville (fragmento)

"Desde antes de las ocho de aquella fría mañana otoñal andaba Ganus tras su carromato chirriante, tocando la campanilla de puerta en puerta, desesperanzado ya. A mediodía se encontró casi al final de Woodbine Street, al oeste de la ciudad.
Mucho antes de llegar a aquel paraje terminaba la calle propiamente dicha, pavimentada, y a dos pasos de allí estaba el campo abierto, con montones de troncos de plantas de algodón, secos, tostados, destacándose grises sobre la rosada arcilla de la colina. Con un último esfuerzo, el negro empujó su carromato hasta la última casa de la población.
Paró en mitad de la polvorienta calle y empezó a tocar su campanilla con ritmo monótono y cansado. El viento norte que venía desde Piedmont, frío y cortante, le hacía temblar y le castañeteaban los dientes. Desde la colina, tal vez desde el lejano cielo plomizo del horizonte, el aire helado venía a pegarse a sus piernas para amoratárselas.
-¡Hie...lo...! -pregonó con voz triste-. ¡Aquí está el hie...lo...!
Cruzados los brazos sobre el pecho, muy apretados para entrar en calor, Ganus miraba con ansiedad a un lado y a otro con la esperanza de ver aparecer a alguien en busca de su hielo. Especialmente miraba a la puerta de una casita de un solo piso, con yucas, polvorientas por falta total de cuidados, junto a la entrada. Una columna de humo azulado salía de la chimenea de la cocina y se inclinaba hacia el Sur. Era el único signo de vida que se advertía en aquella casa y en sus alrededores. Ganus había llegado hasta allí con la esperanza de que estuviese en casa mistress Kettles, y viendo que no aparecía ni en la ventana ni en la puerta, dejó de tocar la campanilla y la tiró dentro del carromato.
Se acercó a la casa, y haciendo bocina con las manos pregonó su mercancía con la misma voz cansina y triste.
-¡Hie...lo...! ¡Aquí está el hie...lo...! Quedó inmóvil un momento, con todos sus sentidos puestos en percibir el menor signo de vida en la casa, y luego siguió su pregón:
-¡Hie...lo...! ¡Aquí está el hie...lo...!
Apenas extinguido el último sonido de su voz, vio Ganus que una mujer asomaba la cara tras los cristales de una de las ventanas, con un leve movimiento de visillos. El negro abrió la cancela, entró hasta el patio y volvió a pregonar:
-¡Hie...lo...! ¡Aquí está el hie...lo...! Enseguida se abrió la puerta unas pulgadas y apareció mistress Kettles, mirándole con curiosidad. Kitty era muy joven, puesto que no había cumplido todavía los veintitrés años, y de estatura mediana. Tanto en invierno como en verano, iba siempre muy mal vestida. En los meses de calor usaba para estar en casa una falda y un ligero corpiño. Cuando llegaba el frío cambiaba de indumentaria, y al corpiño le sustituía un chaquetón, bajo el cual llevaba un sweater verde esmeralda muy ajustado.
Casi nunca salía de casa, pero cuando lo hacía despertaba una gran curiosidad a su paso por las calles, pues no era corriente ver en la ciudad mujeres de su apariencia. Los hombres en particular la admiraban en silencio, secretamente, y si ella pasaba camino del correo o del almacén de comestibles, pocos eran los que no recordaban en aquel momento, que tenían un ineludible recado que diligenciar con el cartero, o una compra inaplazable que realizar en el comercio.
Kitty sembraba por la ciudad, las pocas veces que bajaba al centro, la sorpresa, no sólo por su figura y sus vestidos, sino por su lenguaje, pues no era muy académico el que usaba para asustar y regañar con los muchachos que la seguían como a una máscara o a un bicho raro. Casi todas las esposas la conocían gracias a las descripciones de sus maridos y hablaban de ella con ironía y escepticismo.
El pelo, rubio y brillante, le caía siempre sobre la cara, y a menos que tuviese que salir a la calle, pocas veces pasaba un cepillo por su cabeza.
Vivía sola la mayor parte del tiempo, porque Levi Kettles estaba casi siempre fuera, acarreando con su carromato balas de algodón a las fábricas de hilado de Augusta y Clearwater. Kitty se pasaba las horas en la cama leyendo historias de amor y revistas religiosas. Levi la había conocido en una fábrica durante una de sus campañas de acarreo de balas de algodón, y no le había costado mucho trabajo convencerla para que viniese a vivir con él a Estherville.
A ella le había gustado la brusca decisión del hombre y le acompañó sin pensar mucho en las consecuencias que pudiera traerle aquel paso. Media hora de promesas y de ruegos habían bastado para que ella cogiese sus ropas y las envolviese en una bolsa, dejase un recado al vecino para sus padres y saltase al interior del carromato de Levi dispuesta a venirse a Estherville. "



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