Aventuras en Oriente de Mikael Karvajalka (fragmento)Mika Waltari
Aventuras en Oriente de Mikael Karvajalka (fragmento)

"Mi vida estaba ahora ligada a la buena marcha y triunfo de este imperio, y así, en principio, me esforcé en ver cada cosa bajo el más favorable aspecto. Había señales evidentes de que el sultán estaba haciendo preparativos para una gran campaña, y aunque yo no deseaba mal a nadie, tenía una aguda curiosidad por saber qué sería del rey de Viena. Había tenido la experiencia del poderío del emperador y no creía que pudiese prestar mucha ayuda a su hermano, máxime ahora que el rasgo más acusado del Imperio otomano era su tendencia a la expansión. En esto seguía las doctrinas del islam, que predicaba guerra incesante contra los infieles. También entre los jenízaros crecía la impaciencia y hasta el descontento, si el sultán dejaba de conducirles, por lo menos en el plazo de un año, a una guerra en la cual les esperaban el botín y los frescos laureles.
Mientras que las campañas del emperador costaban enormes sumas y excedían con mucho a sus recursos económicos, las guerras del sultán se pagaban por sí solas, mediante una sagaz e ingeniosa organización. Su caballería regular, los espahís, percibían sus haberes de granjas que dependían del sultán y en cuya explotación se empleaban como esclavos los prisioneros cogidos en la batalla. De esta manera, los espahís servían al sultán sin que el Tesoro fuese afectado en lo más mínimo. En los distritos limítrofes con los países cristianos, vivían en permanente estado de guerra los akinshas, que formaban la caballería ligera, pues su tradicional bandolerismo les inclinaba a entrar al servicio del sultán. Similares experimentos llevaban a gran número de holgazanes y picaros a engrosar el ejército; a estos últimos se les destinaba comúnmente a ser carne de cañón, en la vanguardia de cada ataque.
Por todas estas causas, entre otras, el sultán se encontraba pues en ventajosa situación en relación con los dirigentes cristianos y podía aún, mientras se prolongase el quebranto, dar cuenta, lentamente pero con seguridad, de la resistencia enemiga. Y así, cuando al igual que Giulia me sumí en los sueños de un futuro espléndido, no me parecía nada fantástico el verme convertido algún día, y en pago a mis servicios, en gobernador de alguna poderosa ciudad germánica.
Pero cuando discutía de los asuntos del serrallo, Giulia me aconsejaba no fiarme demasiado en el favor de Ibrahim y preguntaba con algún sarcasmo qué es lo que había hecho por mí hasta la fecha. Giulia conocía bastantes chismes oídos a nuestras vecinas y en los baños, enterándose de que la esclava favorita del sultán, Jurrem la rusa, había dado a luz tres hijos a la vez. Esta joven y siempre vivaz esclava había capturado de tal manera el corazón de su señor, que éste no hacía el menor caso del resto de su harén, y hasta había despedido vergonzantemente a la madre de su primer hijo. Era ahora a esta linfática mujer rusa a la que los enviados extranjeros entregaban sus presentes; la llamaban Roxelana y trataban por todos los medios de ganarse su favor. Tal era su influencia sobre el sultán, que él haría cualquier cosa por atender a sus deseos, y voces envidiosas habían comenzado a insinuar brujería.
—Los grandes visires van y vienen —comentó Giulia—, pero el poder de la mujer sobre el hombre es eterno, y su influencia, más fuerte aún que la del amigo más querido. Si yo pudiese de alguna manera ganar el favor de la sultana, haría una mayor suerte para ambos de la que podría jamás otorgar el gran visir.
Sonreí de su simplicidad, pero la aconsejé diciendo:
—Habla bajo, mujer, pues en esta ciudad las paredes tienen oídos. Yo vine aquí para servir al gran visir y a través de él a Jaireddin, señor del mar. Y tus razonamientos son erróneos; nada en el mundo es tan huidizo como una pasión sexual. ¿Cómo puedes suponer que el sultán va a estar atado por siempre a una mujer, si las más escogidas vírgenes de cada raza y país esperan a su más mínima señal? No, Giulia; las mujeres no tienen puesto alguno en la alta política; no se puede fundar ningún futuro en una hurí descarriada en el harén. "



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