Banco (fragmento)Henri Charrière
Banco (fragmento)

"No había problema para quitar de en medio la tierra en el jardín, que mide dieciocho metros de largo por diez de ancho. Extendimos la tierra sobre toda la amplitud, respetando el camino que conducía al garaje. Pero como la tierra extraída era muy distinta de la otra, nos hacíamos traer, de vez en cuando, un camión de mantillo. Todo marchaba bien.
¡Y seguíamos socavando, y transportábamos los cubos llenos de tierra! Por decirlo así, habíamos entarimado el suelo de la galería porque había filtraciones de agua que convertían el suelo en completamente fangoso. Y sobre las planchas, el cubo se deslizaba más fácilmente cuando se tiraba de él con la cuerda.
Trabajábamos así: Uno de nosotros estaba en el fondo del túnel. A fuerza de pico y de sierra circular, socavaba y arrancaba las piedras y la tierra, con las que llenaba el cubo. Un segundo hombre estaba en lo más profundo del pozo y arrastraba el cubo hacia él. Arriba había un tercer hombre que subía el cubo y lo echaba en una carretilla con rueda de caucho. Habíamos abierto un paso en el tabique que comunicaba directamente con el garaje. El cuarto del grupo no tenía más que coger la carretilla, pasar por el garaje y hacer su aparición, con toda naturalidad, en el jardín.
Trabajábamos muchas horas, impulsados por la feroz voluntad de triunfar. Era un extraordinario derroche de energías. El fondo de la galería resultaba terriblemente duro de soportar, a pesar del ventilador de aire acondicionado y del aire puro que proporcionaba un tubo que nos arrollamos alrededor del cuello y de cuyo extremo chupábamos de vez en cuando. Estaba cubierto por completo de granos rojos a causa del calor, tenía placas inmensas por todo el cuerpo. Parecía urticaria y me producía un picor espantoso. El único que estaba bien era Paulo, porque él no se ocupaba más que de la carretilla y de esparcir la tierra en el jardín. Al salir de aquel infierno, incluso después de habernos duchado, necesitábamos más de una hora para recuperarnos, respirar normalmente y, untados con vaselina o manteca de cacao, sentirnos algo mejor. «De todos modos, somos nosotros quienes nos hemos buscado este trabajo de chinos, ¿no? Nadie nos obligó a hacerlo. ¡Entonces ánimo, soporta, cierra el pico, y el cielo te ayudará!». Esto es lo que me decía y repetía dos o tres veces al día a Auguste, cuando empezaba a renegar por haberse metido en semejante cosa.
Será ocioso decir que, para adelgazar, nada mejor que hacer un túnel bajo un Banco. Era formidable lo flexible que se volvía uno a fuerza de encorvarse, de trepar, de contorsionarse. En aquel túnel se sudaba tanto como en una sauna. Haciendo ejercicios en todas las posiciones posibles, no había cuidado de que le sobraran grasas a uno; por el contrario, se desarrollaba la musculatura. Era algo positivo desde todos los puntos de vista y, además, en el extremo del pasillo esperaba la magnífica recompensa: el tesoro de los demás.
Todo marchaba bien, excepto en lo tocante al jardín. A fuerza de elevar su nivel echándole tierra, las flores, en lugar de crecer, se hundían más y más, lo que no parecía muy normal. Si continuábamos así, pronto no se verían más que los pétalos. Encontramos un paliativo: pusimos las flores en tiestos que hundimos en la tierra recién puesta. Los tiestos bien cubiertos no se veían, daba la impresión de que la planta salía de tierra.
Esta historia empezaba a durar demasiado. Si, al menos, hubiéramos podido descansar por turno. Pero, ni hablar. Era preciso que los cuatro estuviéramos presentes para conservar un ritmo eficaz. Con tres habría sido interminable, y se habría necesitado almacenar provisionalmente la tierra en el interior de la villa, lo que hubiera resultado peligroso. "



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