Cuento del monje (fragmento), de Los Cuentos de CanterburyGeoffrey Chaucer
Cuento del monje (fragmento), de Los Cuentos de Canterbury

"¿Es menester relatar la alta y regia majestad, la mucha soberbia y los ponzoñosos trabajos del rey Antíoco? Nadie hubo como él. En los Macabeos leeréis quién era y las orgullosas palabras que decía, y también por qué cayó desde su prosperidad, viniendo a morir malamente en un monte.
Tanto le había envanecido la fortuna, que se creía capaz de abarcar las estrellas por todas partes, y de pesar las montañas en una balanza, y de paralizar las olas de los mares. Odiaba con empeño al pueblo de Dios y a todos sus miembros quería matarlos con tortura, imaginando que Dios no podría arruinar su soberbia. Y cuando Nicanor y Timoteo fueron del todo batidos por los judíos, se enojó más Antíoco contra éstos e hizo aparejar su carro, jurando con acerbas frases que marcharía a Jerusalén y descargaría sobre la ciudad su cruenta cólera.
Empero hubo de renunciar a sus designios, porque Dios castigó su amenaza enviándole una llaga incurable e invisible, que desgarraba y roía sus entrañas, produciéndole atroces dolores. Justo era este mal, porque Antíoco había hecho torturar las entrañas de muchos hombres.
Mas él no suspendió su malvado proyecto, y, a pesar de su dolencia, hizo ordenar sus huestes. Entonces Dios domeñó su orgullo y altanería haciéndole sufrir una caída de su carro. Toda la piel y miembros de Antíoco se desgarraron con el golpe, y, no podía andar ni montar a caballo, sino que habían de llevarle en una silla con la espalda y los costados molidos. Pero aun le hirió más fieramente la mano divina, porque colmó todo su cuerpo de horribles gusanos y le hacía despedir tal hedor que ninguno de su servidumbre podía soportarlo. En tan grande desgracia, el rey se desolaba y lloraba, confesando que Dios era Señor de todo lo creado.
El olor de su cuerpo se hizo repugnante para sus huestes y para él mismo. Y, siempre entre tal hedor y entre sufrimientos terribles, expiró de mala muerte en una montaña. Así, aquel expoliador y homicida, que tanto luto causara entre los hombres, sufrió el castigo que corresponde a la soberbia. "



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