La filosofía de Maimónides (fragmento)José Gaos
La filosofía de Maimónides (fragmento)

"La filosofía explica perfectamente el mundo sublunar, mas no así el celeste. Maimónides se complace, es fundado decir, en enumerar las incongruencias entre los fenómenos celestes y los principios y proposiciones con que pretende explicarlos la filosofía. Pero si es así, es por la diferencia que existe entre los dos mundos. Maimónides los considera justamente a la inversa de como los consideraríamos nosotros. Para nosotros, este nuestro mundo sublunar sería un mundo lo bastante complicado para ser un mundo de desorden; pero en todo caso el mundo de la Astronomía es el mundo de un orden nada menos que matemático. Para Maimónides el mundo sublunar es el mundo de la causalidad necesaria. La generación, alteración y corrupción de las cosas todas de este mundo está necesariamente causada por la mezcla de los elementos, y ésta a su vez por la acción del mundo celeste sobre el sublunar. La filosofía lo demuestra en forma perfectamente congruente con los fenómenos observados. El cielo, bien a la inversa, es para Maimónides un mundo de fenómenos absolutamente irregulares. Las estrellas fijas se distribuyen irregularmente en su esfera, acumulándose muchas en un paraje, aisladas otras en sendos puntos, a pesar de la perfecta homogeneidad de la esfera. Una esfera más veloz es intermedia a otras que lo son menos, con lo que se prueba al par la incongruencia de la explicación de la velocidad de las esferas por la distancia a la superior con los fenómenos observados. Estos y otros muchos fenómenos celestes son análogamente incomprensibles como efectos de una causalidad necesaria. Pero el cielo es el mundo superior de los cuerpos inmateriales de las esferas y de las inteligencias incorpóreas. La irregularidad de sus fenómenos tampoco puede ser, pues, la manifestación de un mero azar. Mientras que los fenómenos naturales de este mundo sublunar son, pues, los concertados efectos uniformes de la causalidad necesaria, las acciones humanas resultan con frecuencia heteróclitas y desconcertantes. No por ello las atribuimos, empero, al azar. Por el contrario, en la irregularidad que nos desconcierta vivimos su génesis en la libre voluntad del agente. Más aún. Acciones particularmente anormales e incomprensibles en una persona las achacamos a una segunda intención o finalidad de ella arcana para nosotros. Pues bien, como en general vivimos las acciones humanas, así vive Maimónides en especial los fenómenos celestes. Su incomprensible irregularidad no es sino su carácter como obras de la ignota voluntad divina. Al iniciar el desarrollo más importante del tema de la emanación -cuyo nexo con el de la creación vamos a encontrar inmediatamente- instituye Maimónides los cuatro principios a que va a ajustarse en él. Dos son genuinamente aristotélicos. El cuarto es un axioma sin carácter -lo compuesto es más compuesto que lo mezclado-. El tercero distingue entre el que es autor por virtud de su naturaleza y el que por serlo por reflexión y voluntad es capaz de producir efectos numerosos y variados. Instituyendo éste, privativamente suyo, Maimónides se limita, en realidad, a formular como principio su vivir los cielos como los humanos vivimos las acciones voluntarias.
El concepto que concentra en sí esta numerosidad y variedad de los fenómenos celestes que la causalidad necesaria no puede producir, ni por la causalidad necesaria pueden explicarse, es el de contingencia. Maimónides designa este concepto, siguiendo a los mutacálimes y muy significativamente, con el término de determinación porque entiende por ésta la determinación por una voluntad, al modo como nosotros hacemos cuando nos referimos a las determinaciones que tornamos. Ahora bien, es esencial a la determinación, según Maimónides, el ser previa a la acción efecto suyo. Por lo mismo, el cielo, obra de la determinación de la voluntad divina, no puede coexistir eternamente con esta determinación, constriñéndola por su parte. La determinación ha de precederle -en una nada-. De ésta son, pues, creados mundo y tiempo a una en un inicio que ni siquiera él, este inicio, es tiempo. Con esta sutileza puede Maimónides conservar la idea aristotélica del tiempo -accidente del accidente del movimiento, inseparable de su sustrato, el móvil, el cielo- y escapar a la argumentación aristotélica pro eternidad del mundo, fundada precisamente en esta idea y en que el comienzo del mundo en un momento del tiempo presupondría ya éste. La sutileza es simplemente aplicación particular de un principio general a que habremos de referirnos. En suma, el vivir los fenómenos celestes como obras de la determinación de la voluntad divina se articula y traduce en el concepto de creación. Las notas con que éste se define en la Guía de los descarriados son idénticas con las que concentra en sí el concepto de contingencia o determinación: exclusión de la necesidad y causalidad, exclusión del azar, finalidad previa, etc. "



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