El antipueblo (fragmento)Sony Labou Tansi
El antipueblo (fragmento)

"Contempló el gran retrato del presidente de la República que colgaba de la pared, justo frente a él. Pensó que la fotografía era buena. A veces, él, Dadou, Nitu Dadou, el director de la Escuela Normal femenina de Lemba-Norte, sentía unas curiosas ganas de ser el presidente. Evidentemente, tales ganas eran muy grotescas. Y su propia vida -o la vida en general, todas esas cosas-, era igualmente grotesca. Se había casado con una joven maestra, nueve años antes, porque a su edad, en esa sociedad cien veces más grotesca que él mismo, también los demás se casaban. Había tenido dos hijos, sencillamente porque, antes que él, otros en la región, habían tenido dos hijos a los treinta y nueve años. Además, había esperado mucho en un lugar donde los alumnos de secundaria, con dos o tres hijos, eran a su vez padres de alumnos. Era director de escuela normal, ex alumno de la Universidad de Lovaina (donde se sumó a los partidarios de Lumumba), sencillamente porque la enseñanza era la única rama del árbol administrativo en que lo grotesco era menos grotesco, lo absurdo, menos absurdo y lo intelectual, menos imbécil. Y también, claro, porque otros a su edad, o más, o menos, habían sido directores de escuela normal. Lo nombraron director de una normal de chicas porque le reconocían un atisbo de virtud. Para sí mismo, ese atisbo de virtud era sólo un peldaño de lo grotesco que conducía a esas alturas donde todo pierde su savia primigenia.
[...]
Vaciló; pero al reconocer el chófer, le sonrió y quiso abrir la portezuela trasera para sentarse al lado del ciudadano director. Dadou sujetó la portezuela y le indicó el "asiento del muerto". Ella torció visiblemente el gesto; pero, como el ciudadano director había cerrado la portezuela, tuvo que contentarse con el asiento del muerto. "Es una putilla de cuidado", pensó Dadou. El chófer se estremecía de tener tan cerca un cuerpo de vértigo. Él, de caqui militar, bastante arrugado, con manos rugosas como guijarros. Ella, de terciopelo púrpura, con abundantes cabellos negros -extremadamente suaves-, un rostro deslumbrador que se le abría como las puertas de un universo desconocido: barbilla tierna, huraña, provocadora, como en acampada, simple. Y en la cima de tan extraño mundo, unos ojos que quitaban el aliento, ojos penetrantes, tontamente frívolos; el pecho latía al asalto del vacío. Olía bien -un denso perfume de ligereza-. En la noche, parecía iluminar el vehículo dando a las cosas aspectos líquidos. Un auténtico hechizo. "



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