Shakespeare (fragmento)Bill Bryson
Shakespeare (fragmento)

"La idea de este Primer Folio no consistía sólo en publicar aquellas obras que permanecían inéditas, sino también en corregir y restaurar las que habían sufrido la distorsión y corrupción de ediciones venales o descuidadas. Heminges y Condell tenían la gran ventaja de haber trabajado con Shakespeare a lo largo de toda su carrera y difícilmente podía haber personas más familiarizadas con sus obras que ellos. Para ayudarse contaban con abundante y muy valioso material: guiones, textos bastos (como se denominaba a los borradores o copias originales) manuscritos por el propio autor, además de las copias buenas que utilizaba la compañía. Hoy todo esto se ha perdido.
Antes de la aparición del Primer Folio, las obras de Shakespeare sólo circulaban en ediciones baratas, en cuarto y de variada calidad, doce de ellas calificadas como «buenas» y nueve como «malas». Los cuartos buenos se basan de manera visible en copias razonablemente fiables de las obras, en tanto que los malos suelen tomarse por «reconstrucciones memorísticas», es decir, por versiones redactadas de memoria —a menudo muy mala— por actores o copistas a los que se pagaba para asistir a las obras ajenas o de la competencia y conseguir la mejor transcripción posible. Así es que un mal cuarto podía resultar disonante en grado sumo. He aquí el monólogo de Hamlet tal como aparece en un mal cuarto:


Ser o no ser, ay es el asunto,
Morir, dormir, ¿es eso todo? Ay todo.
No, dormir, soñar, ay maría así es,
Pues en ese sueño mortal, cuando despertamos,
Y puestos frente a un sempiterno Juez,
Del que ningún viajero ha regresado…
[...]
Cuando Shakespeare murió, pocos podían imaginar que con el tiempo se convertiría en el máximo exponente de la dramaturgia inglesa. Tanto Francis Beaumont como John Fletcher o Ben Jonson eran autores más populares y reputados. El Primer Folio sólo contenía cuatro loas poéticas, cifra notablemente modesta. Tras la muerte en 1643 del hoy desconocido William Cartwright, cinco docenas de admiradores se apresuraron a ofrecer sus poemas elegiacos. «Son las servidumbres de la reputación», suspira Schoenbaum en su Vida documental.
Pero esto no debería sorprendernos. Toda época se muestra poco sagaz a la hora de juzgar a sus figuras. ¿Cuánta gente apoyaría actualmente las candidaturas al Nobel de Literatura de Pearl S. Buck, Henrik Pontoppidan, Rudolf Eucken, Selma Lagerlof y tantos otros cuya fama ni siquiera quiso acompañarlos hasta finales de su propio siglo?
En cualquier caso, Shakespeare no haría precisamente las delicias de la sensibilidad de la Restauración y sus obras, si es que se representaban alguna vez, sufrían salvajes adaptaciones. Sólo cuatro décadas después de su muerte, Samuel Pepys ya calificaba en su diario a Romeo y Julieta de «lo peor que he oído en mi vida»… hasta que fue a ver El sueño de una noche de verano, que le pareció «la obra más insípida y ridícula que he visto en toda mi vida». Y aunque la mayoría de observadores eran algo más elogiosos, en general preferían las intrincadas tramas y los llamativos giros de la Tragedia de una doncella, Un rey y ningún rey y otras obras de Beaumont y Fletcher que hoy han caído en el olvido salvo para los estudiosos. "



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