El caballito de madera (fragmento)D. H. Lawrence
El caballito de madera (fragmento)

"La madre de Paul cumplía años en noviembre. En los últimos tiempos, la casa había estado «murmurando» más que nunca. A pesar de su buena suerte, Paul no podía hacerle frente. Estaba ansioso por ver qué resultados causaría, el día del cumpleaños de su madre, la carta con la noticia y con las mil libras.
Cuando no había visitas, Paul comía con sus padres. Ya se había independizado del cuidado de la institutriz. Su madre iba al centro casi todos los días. Había redescubierto su gran capacidad para dibujar telas y pieles, y trabajaba en secreto en el estudio de una amiga, que era una de las «artistas» más prestigiosas de las principales modistas. Dibujaba, para los anuncios periodísticos, figurines de damas cubiertas con pieles y sedas. Aquella joven artista ganaba millares de libras al año. La madre de Paul solo pudo ganar unos centenares, por lo que volvió a sentirse insatisfecha. Tenía muchas ganas de sobresalir en alguna tarea, y no podía conseguirlo… ni siquiera dibujando anuncios de modas.
La mañana de su cumpleaños bajó a tomar el desayuno. Paul observaba su rostro cuando leía las cartas. Sabía cuál era la carta del abogado. Advirtió que, a medida que su madre la iba leyendo, su rostro se volvía duro e inexpresivo. Después, un gesto frío y firme deformó sus labios. Ubicó la carta debajo de las otras y no dijo nada.
[...]
El tío Oscar firmó los papeles para el dinero y la madre de Paul cobró las cinco mil libras. Entonces ocurrió algo muy extraño. De un momento a otro, las voces de la casa parecieron enloquecer, como un griterío de ranas en una tarde de primavera. Se habían comprado algunos muebles, Paul tenía un preceptor particular, y el próximo otoño iría a Eton, el colegio donde había estudiado su padre. Aun en invierno, había flores en la casa. El lujo al que había estado acostumbrada la madre de Paul, parecía renacer en toda su casa. A pesar de eso, las voces de la casa, detrás de los ramilletes de mimosas y flores de almendro, y debajo de las pilas de almohadones celestes, parecían aullar y gritar en una especie de éxtasis: «¡Hace falta más dinero! ¡Oh! ¡Hace falta más dinero! ¡Ahora, a-hora! ¡A-ho-ra hace falta más dinero! ¡Más que nunca! ¡Más que nunca!».
Aquello atemorizó y horrorizó a Paul, mientras intentaba estudiar latín y griego con sus preceptores. Pero sus horas más intensas las vivía con Bassett. Ya se había corrido el Nacional. Paul no estuvo «seguro» y perdió cien libras. Llegó el verano. Mientras aguardaba la competencia del Lincoln, la impaciencia lo consumía. En esta ocasión tampoco estuvo «seguro» y perdió cincuenta libras. Entonces se convirtió en un chico extraño, de ojos extraviados. Parecía que algo convulsionaba el interior del niño. "



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