El Caballero del Cisne (fragmento)Ramón López Soler
El Caballero del Cisne (fragmento)

"Y así diciendo, ambos subieron a ellas a fin de tomar todas las medidas que su experiencia les sugería para la defensa de aquel solitario castillo. Convinieron al momento en que el sitio más expuesto era el que caía enfrente del reducto tomado por los sitiadores. Verdad es que un profundo foso los separaba del alcázar, y que les era imposible llegar a la puerta del muro sin vencer primero este obstáculo; pero a pesar de eso pensaron el de Monfort y el de Luna, que se esforzarían en atraer por medio de un ataque impetuoso todas las fuerzas de Alanza hacia aquella parte, al mismo tiempo que tratarían de entrar en él por diverso punto. En vista de la escasa guarnición con que contaban, todo lo que pudieron hacer para frustrar este ardid de guerra, fue el colocar de trecho en trecho soldados de centinela, encargándoles que gritasen al arma a la menor apariencia de peligro. Acordaron también que Mauricio defendiese la puerta principal del edificio, mientras don Pelayo, al frente de un cuerpo de reserva compuesto de veinte guerreros, estuviese pronto para correr a cualquiera punto donde necesitasen de su ayuda.
Otro inconveniente traía la pérdida de la barbacana: tal era el que sin embargo de la elevación superior de las murallas, no podían los sitiados enterarse tan exactamente como antes de las operaciones del enemigo, por cuanto una de las dos puertas que tenía confinaba con los primeros árboles del bosque. Por esta razón no sólo era fácil a los contrarios introducir nuevas fuerzas por allí sin que nadie lo notase, pero aún sin estar expuestas a los dardos del castillo. No sabiendo, pues, hacia qué ángulo descargaría el nublado, ni el número de enemigos con que tenían que haberlas, se vieron precisados los dos campeones a tomar medidas generales para precaver toda clase de asechanzas y de insultos. En medio de tamaña incertidumbre, y luchando con la irresolución de no saber cuál fuese el plan más ventajoso de defenderse, reanimaron con enérgicas arengas el ánimo de los soldados, que a pesar de muy valientes, empezaban a sentir aquel desaliento que trae consigo el verse uno cercado de enemigos, ignorando por qué punto se adelantan a atacarle.
Entretanto yacía tendido en el lecho el dueño criminal de aquel castillo, sufriendo agudísimos dolores en el cuerpo, y luchando con los remordimientos del espíritu. Oprimiendo por la aciaga memoria de sus crímenes, carecía de confianza para dirigir al cielo sus plegarias, y hacía por apartar de la imaginación los castigos que amenazaban a su alma, buscando aquel adormecimiento espantoso que precede muchas veces a la muerte.
Como era la avaricia el vicio más dominante de don Rodrigo, no le ocurrió siquiera que podía distribuir grandes caudales en limosnas y obras pías para alcanzar del Altísimo un sincero arrepentimiento. Había llegado el instante en que los placeres y los tesoros iban a desvanecerse ante aquel orgulloso magnate, y aunque era su corazón mucho más duro que un canto, probó por la vez primera un estremecimiento de horror cuando quisieron penetrar sus ojos en el sombrío abismo de la eternidad. Como la fiebre que lo consumía aumentaba la agitación y el despecho de sus últimas agonías, se veía en aquel hombre colosal la horrorosa mezcla de remordimientos nuevos y de envejecidas pasiones pugnando por sofocarlos. ¡Situación terrible únicamente comparable a la que se experimenta en aquellas lóbregas mansiones, donde los llantos son sin esperanza, las iras sin arrepentimiento, y a la agudeza de los males presentes se añade la desesperada certidumbre de que no pueden cesar y no pueden disminuir!. "



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