La mayor confusión (fragmento)Juan Pérez de Montalbán
La mayor confusión (fragmento)

"Admirada escuchó Lisena el indigno amor de Casandra, y después de haberla persuadido a que le borrase de su memoria, la dijo:
-Pluguiera a Dios, señora mía, que el amor que me tiene a mí don Félix pudiera remediar el tuyo, que yo te traspasara algunas finezas; porque ha dado en perseguirme de manera que muchas veces, por tener miedo a sus demasías, no me atrevo a estar sola delante de sus ojos. Y con tener los merecimientos que ves, te aseguro que nunca me he determinado a mirarle con más voluntad que la que le debo por hijo tuyo y dueño mío. Y también lo que me ha detenido los pasos es el no estar tan libre de una pasión que me consienta otros desvelos. Yo quiero bien, y soy pagada; dos cosas que me tienen con rienda los ojos. Hete dicho esto, porque no presumas que por verme querida, haya tenido atrevimiento para ofender tu casa.
Con atención, y aun con envidia, la oyó Casandra, y del veneno que la pudieran dar los celos, mirando gozar lo que ella no merecía, sacó medicina que curase los accidentes de su pasión. Y en un punto le ofreció su entendimiento una traza tan ingeniosa para lograr su lascivo deseo, que no pudiera el padre de Ícaro, que fue instrumento de la deshonra de Pasifae, imaginarla más a su propósito. Y llamando en secreto a Lisena, la dijo en breves palabras que sólo en ella estribaba el fin de su deseo, porque con su ayuda sería cierto que le cumpliría. Confusa quedó Lisena con la nueva esperanza de su señora, y lo que la respondió fue decir que de su parte estaba dispuesta a intentar por su gusto cualquiera osadía, aunque aventurase la vida y la honra. Entonces Casandra prosiguió diciendo:
-Supuesto, Lisena, como tú dices, que no tienes amor a don Félix, te has de mostrar de aquí adelante tan reconocida a su amor y tan pagada de su talle, que venga a creer le tienes alguna voluntad y prosiga en el deseo de gozarte. Y la noche que te pareciere le has de dar licencia para que te hable en tu aposento. Y esa misma noche estaré yo en él y gozaré con este engaño lo que ha tantos días que me tiene como sabes, pues, hallándome sin luz, será imposible que me conozca.
No le desagradó a Lisena la traza, y luego empezó a ejecutarla, así por agradar a quien había menester, como porque Casandra la consintiese algunas liviandades que tenía. Y a pocos lances concertó con don Félix que en medio del silencio de la noche entrase sin que nadie le sintiese en su aposento, pero con prevención de que hablase poco, porque no le escuchase alguna criada que la descompusiese con su madre.
La prometió don Félix ser mudo, porque él no había de ir a parlar con ella, sino a llegar a sus brazos, en los cuales se comunica el alma sin haber menester a la lengua. Vino la noche, y avisó Lisena a Casandra; la cual aguardó por galán al mismo que había traído en sus entrañas. Llegó el engañado don Félix, y ajeno de semejante maldad, pensando que estaba en los brazos de una criada, gozó la belleza de su indigna madre, de la cual se despidió arrepentido, como todos. Y Casandra quedó tan corrida y avergonzada consigo misma que quisiera haber perdido la vida antes que poner por obra tan ruin pensamiento. Tanto es el dolor que traen los gustos después de conseguidos, y más cuando proceden de causa que no puede tener disculpa; que un delito feo no ha menester más castigo que cometerse, pues a todas horas está abrasando el alma y dando en los ojos con la culpa.
Ya Casandra pasaba por estos rigores, porque la Naturaleza misma parece que se quejaba de su violencia; y como a las espaldas de la posesión viene siempre el arrepentimiento, no sabía qué hacerse para huir de sí misma, que ya era su mayor enemigo. Y no paró en esto su desdicha, sucediéndola aún peor de lo que imaginó; porque en su falta de salud y en otras faltas conoció que no le salía tan barato su desatino que pudiese estar secreto muchos días. Se sintió preñada, y antes que pasase adelante, quiso valerse de remedios crueles para arrojar sin tiempo aquel desdichado fruto; pero no le aprovecharon medicinas ni diligencias contra la fuerza de su destino. Y así, considerando cuán a peligro estaba su opinión y que el tiempo había de descubrir su liviandad, aunque no el autor de ella, hizo que dentro de un mes se partiese don Félix a Flandes con una ventaja y una letra de dos mil escudos, no sin gusto suyo porque deseaba ver mundo y salir de España, por saber que nunca la patria trata a sus hijos como madre. Y luego, para no verse murmurada del vulgo, de sus parientes y de sus amantes, fingiendo una promesa a Guadalupe, se fue a una pequeña aldea donde tenía Lisena a sus padres, y allí estuvo secretamente hasta que dio a luz una hermosa niña, a quien llamó Diana. Y dejando orden para que la criasen, se volvió a su casa, viviendo después con tanta cordura que cobró el honor que tenía perdido en opinión de muchos que, por sus locas galas, sospechaban mal de su virtud. "



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