Un verano con Montaigne (fragmento)Antoine Compagnon
Un verano con Montaigne (fragmento)

"A Montaigne le interesan en los libros detalles que pueden parecernos muy accesorios, como este, en el pequeño capítulo «Los olores», en el primer libro:
Se dice de algunos, como Alejandro Magno, que su sudor desprendía un olor suave, por cierta rara y extraordinaria complexión; la causa la indagan Plutarco y otros. Pero la forma común de los cuerpos es la contraria; y la mejor condición que alcanzan es estar exentos de olor. Incluso la dulzura de los alientos más puros nada tiene más perfecto que carecer de olor alguno que nos ofenda (I, 55, 454).
Montaigne ha leído este rasgo nimio en las Vidas paralelas de los hombres ilustres de Plutarco, su libro de cabecera, que fue un best seller durante el Renacimiento. En primer lugar, esto nos recuerda que los olores podían ser un suplicio antes de la higiene moderna: si «la forma común de los cuerpos es la contraria» de Alejandro, como observa Montaigne, es porque la mayoría de los hombres olía mal. Cuando Montaigne viaja, se siente incomodado por los miasmas de la ciudad: «Mi principal ocupación al alojarme es huir del aire hediondo y pesado. Ciudades hermosas como Venecia y París alteran el favor que les profeso por el violento olor, la una de sus aguas pantanosas, la otra de su lodo» (457).Lo mejor que cabe esperar es que los hombres no huelan a nada. Pero Alejandro, cuyo sudor desprendía un olor suave, no solo no olía mal, sino que de forma natural olía bien. Según Plutarco, tenía un temperamento caliente, debido al fuego, que cocía y disipaba la humedad de su cuerpo. A Montaigne le encantan estos detalles que recoge en las obras de los historiadores. No le interesan los grandes acontecimientos, las batallas y las conquistas, sino las anécdotas, los tics y las mímicas: Alejandro inclinaba la cabeza a un lado, César se rascaba la cabeza con un dedo, Cicerón se hurgaba la nariz. Estos gestos incontrolados e involuntarios dicen más del hombre que las proezas que les atribuye la leyenda. Eso es lo que Montaigne busca en los libros de historia, como confiesa en el capítulo «Los libros», en el segundo libro de los Ensayos, a través de una imagen sacada del juego de pelota, la imagen de la droite balle, la pelota fácil que puedo devolver con un golpe de derecha:
Los historiadores son lo que mejor se me da (sont ma droite balle). Son, en efecto, amenos y fáciles; y, al mismo tiempo, el hombre en general, cuyo conocimiento busco, aparece en ellos más vivo y más entero que en ninguna otra parte, la diversidad y la verdad de sus condiciones internas en conjunto y en detalle, la variedad de los medios de su asociación y de los accidentes que le amenazan. Ahora bien, los que escriben vidas, dado que se ocupan más de las decisiones que de los resultados, más de lo que surge de dentro que de lo que ocurre fuera, me convienen más (II, 10, 598).
En los libros de los historiadores, sus lecturas predilectas, Montaigne se fija especialmente no en los acontecimientos, sino en los «consejos», es decir en las deliberaciones, en la manera como se toman las decisiones. El curso de los acontecimientos depende de la fortuna; la deliberación nos dice más sobre los hombres, ya que nos hace penetrar en ellos.
Por eso, se mire como se mire, Plutarco es mi hombre. Me produce gran pesar que no tengamos una docena de Laercios, o que no sea más extenso, o más entendido. Porque no tengo menos curiosidad por conocer las fortunas y la vida de esos grandes preceptores del mundo que por conocer la variedad de sus opiniones y fantasías (II, 10, 598).
Aficionado a las vidas, Montaigne decidió escribir la suya. "



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