Incendios (fragmento)Richard Ford
Incendios (fragmento)

"Se enderezó y fue hasta la trasera del coche y abrió el maletero. Miré hacia atrás, pero no pude ver qué hacía, ni oír nada. Tampoco le oí decir nada. Cerró el maletero, e instantes después, cuando miré por una de las ventanillas laterales, lo vi: subía deprisa por las escaleras hacia la casa blanca de Warren Miller, que seguía iluminada y en la que aún se oía la música del piano. Llevaba algo en las manos; no pude ver lo que era, pero debía de ser algo que había sacado del maletero. Lo llevaba asido con ambas manos. Y entonces experimenté esa sensación que más tarde oiría decir que acompaña a todos los desastres, la sensación de ver las cosas desde una enorme lejanía, como si se miraran a través de un catalejo invertido; la sensación de que, pese a tenerlas a un palmo de los ojos, uno se queda inmovilizado y sumido en la impotencia. Una sensación que primero te hace sentir frío, y luego calor, como si lo que temes no va a suceder finalmente, si bien después sucede y te sorprende aún menos preparado para presenciarlo y para aceptar que te suceda.
Vi a mi padre llegando a lo alto de las escaleras y andando por el porche —una pequeña galería de acceso que ocupaba sólo en parte la fachada— y dirigiéndose hasta un extremo, justo enfrente del ventanal que daba a la sala. Oí sus pasos sobre el piso de tablas. Oí el débil salpicar que produce un líquido al ser vertido sobre una superficie. Y entonces supe lo que mi padre estaba haciendo, o intentaba hacer. La música, en el interior de la casa de Warren Miller, cesó. Y se oyó sólo el apagado ruido del líquido vertido de una garrafa de cinco litros, que era lo que mi padre tenía en las manos. Rociaba con él —con gasolina o queroseno o fuera lo que fuere lo que había comprado en la estación de servicio— el pie de la casa, donde las tablas del porche se unían con la pared de la fachada. Y quise detenerlo, pero se movía con rapidez, y yo no pude moverme lo bastante deprisa dentro del coche, no lograba manejar con celeridad las manos ni hacer un ruido capaz de llamar su atención para decirle que dejara inmediatamente de hacer lo que estaba haciendo. Vi a contraluz su silueta, que cruzaba de un lado a otro el ventanal. Y entonces se encendió la luz del porche, y Warren Miller abrió la puerta en el preciso instante en que mi padre llegaba ante ella. Warren Miller salió al porche iluminado, y vi su cojera. Y él y mi padre se encontraron frente a frente, mi padre con la garrafa de cristal en las manos y Warren Miller con las manos vacías. Fue algo en verdad extraño de presenciar. Y, por espacio de un instante, pensé que todo iba a arreglarse, que Warren Miller tomaría las riendas de la situación —yo sabía que podía hacerlo— y que mi padre renunciaría a sus propósitos de prender fuego a la casa de Warren Miller y arruinar su propia vida y la mía y la de mi madre, como si no importaran nada y fueran algo de lo que alegremente se pudiera abdicar. "



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