Obsesivos días circulares (fragmento)Gustavo Sainz
Obsesivos días circulares (fragmento)

"Cruzamos otra vez frente a la cooperativa. Nosotros comentó Donají, queremos que las niñas manejen la contabilidad de esta tiendita, pero la directora dice que varios miembros de la sociedad de padres de familia se oponen resueltamente, porque es mucha responsabilidad o quién sabe qué. Bueno, pero lo discuten, opinó el gordo, en otras escuelas ni siquiera lo tomarían en cuenta, y paseó la mirada por la corriente de jovencitas que avanzaba hacia una cadena de salones. Y acabamos de proponer un periódico mural, agregó Dona. Oh, en voz de Sarro; oh, tan calva como su cabeza. Lo voy a dividir en secciones, anuncié, como en los colegios experimentales: yo opino, por ejemplo, para que las alumnas pongan que quieren tal cosa o tal otra. O yo declaro. No, intervino Donita, es mejor yo quiero, yo repruebo y yo debo, éste último para que las monjas escriban también sus normas de conducta. Y ah, oh, ah, oh, ¿hay alberca? frente a la alberca/
Más tarde lo llevamos hasta su cuarto y descubrimos a Yin. Había caminado junto a él todo el tiempo, desde la oficina de la directora: vueltas y vueltas orbitales. Inclusive, aseguró, tendí la mano en un vano intento de saludarlo... ¿De saludarme? Dona vio mi cara de sorpresa. Tres o cuatro veces, dijo y sacó un pañuelo de papel de entre sus senos para pasárselo por el cuello. Y es que Sarro hablaba tanto y tan aprisa, gesticulaba tan exageradamente, gruñía con tal violencia y cubría con su cuerpo desmesurado, impiadoso, tantas cosas, que la turgente, provocativa Yin...
Al anochecer estaban desparpajadamente alegres, algo borrachos y gritones como merolicos. Abrían sus maletas y arrojaban al aire el contenido; interrumpían la operación para abrazarse y volvían a la carga: todas las ventanas abiertas, las luces encendidas, la Marcha de Quarta-Feira de Cinzas en el tocadiscos. Donají aún no podía reponerse del asombro de ver cobrar movimientos a esa forma gigantesca que resoplaba y gesticulaba con lentitud, obedeciendo a las incitaciones de la mujer. Traía un vestido a rayas ¿llinllin? y no cesaba de moverse de un lado a otro del cuarto, del final al umbral del departamento. O apenas se movía, pero al compararla con el gordo Sarro —inerme como inmensa bolsa de trapos—, el menor ademán, la risa franca, el gesto pícaro al intentar desabrocharse el vestido, el manotazo, la sonrisa, cobraban velocidad de rata urgida por encontrar refugio... Hasta que, por algún indicio que no hemos descubierto, Ceboso intuyó nuestra presencia, se volvió y cerró lenta y parsimoniosamente las ventanas, las cortinas, las persianas, y tan rápido que casi pareció efecto de un pase mágico, la casa quedó a oscuras, el tocadiscos a todo volumen castigando los surcos de la Marcha de Quarta-Feira de Cinzas.
Es ninfómana con vista al mar, estalló de pronto Donají desde donde estábamos observando, a la bahía y las montañas. No digas nombres, sentencié procurando distinguir algo en aquellas tinieblas. Se le derriten las hormonas/
Luego vino el progresivo conocimiento de Sarro. Sus dos únicas expresiones. La primera: RIP, los ojos muertos, contemplando extasiados algo indefinible; la segunda una risa instantánea, centelleante a veces, pero casi siempre un visaje mecánico acomodándose a su cara con facilidad por la costumbre. Una: palabras deformadas al pasar por los labios secos y semiabiertos; o dos: palabras atropellándose para vencer el bloqueo de la estática sonrisa y salir a trompicones. Una, dos; siempre dos.
Y su sentido curiosamente heroico de la vida...
Sobremesas con monólogos sobre victorias criminales: golpizas en la vía pública, cobros difíciles, venadeadas, venganzas del generoso, poderoso, oculto Papá la Oca; desesperantes esperas en cuartos de hotel, lupanares, parapetos improvisados, carreteras, vestíbulos, calles tortuosas, misceláneas baños de vapor, rancherías. Y oh, suele explicar, bebo tantas cervezas que ganas de orinar me sobrevienen y bailo discretos zapateadísimos de órdago. A veces, para acertar dos disparos, tengo que vaciar la carga de la pistola; de toda la pistola repite, con finalidades dramáticas. Y los disfraces, las equivocaciones, los documentos falsificados, las contraseñas con su tela adhesiva. Todo esto contado mientras comemos, o poco después, dado que a diario y por ciento veinte pesos semanales, suben a almorzar con nosotros. Y por si fuera poco me apretaban los zapatos, por ejemplo, pero me decidí de una buena vez porque si hay algo que me jode en la vida es la maldita vejiga hinchada. Y dibuja al mismo tiempo diagramas caprichosos en las servilletas de papel que encuentra o en la agenda de hace diez años que lleva siempre en los bolsillos. Así que fui hasta aquel edificio y subí martirizándome treinta y tantos escalones que me pusieron en toditita la madre, porque si hay algo que me chinga y rechinga de todas todas, es la pinche necesidad de mear, pucha, caj, puf, hasta que me detuve jadeante en la puerta indicada, y oh, no alcancé a llamar porque abrió una mujer o something like that. "



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