La despedida (fragmento)Milan Kundera
La despedida (fragmento)

"Anteayer por la noche ya le había advertido que en aquella aburrida reunión se había tenido que comprometer a apoyar a los conjuntos de aficionados y que el jueves por la noche participaría en un concierto en un balneario de montaña, con un médico y un farmacéutico que se dedicaban al jazz. Despotricó mucho, pero la señora Klima lo miraba a la cara y se daba perfecta cuenta de que tras aquellos insultos no había un disgusto sincero, porque no había ningún concierto y Klima se lo había inventado sólo para conseguir tiempo para alguna aventura amorosa. Sabía leerlo todo en su cara; no había ningún secreto del que ella no se enterase. Ahora, cuando se dio la vuelta hacia el otro lado, la señora Klima comprendió enseguida que no lo hacía porque tuviese sueño, sino para ocultar la cara ante ella e impedirle indagar.
Después, se fue al teatro. Cuando, hace años, la enfermedad le arrebató las luces del escenario, le agenciaron un puesto administrativo. No estaba mal, se encontraba a diario con gente interesante y podía disponer con cierta libertad de su horario de trabajo. Se sentó a la mesa para redactar unas cuantas cartas oficiales, pero no era capaz de concentrarse en nada.
No hay nada que pueda llenar tanto a una persona como los celos. La muerte de la madre de Kamila, hace un año, fue sin duda una desgracia mayor que cualquiera de las aventuras del trompetista. Y, sin embargo, la muerte de mamá había sido menos dolorosa, aunque Kamila quería a su madre enormemente. Aquel dolor fue misericordiosamente multicolor: había en él tristeza, nostalgia, emoción, autorrecriminación (¿había cuidado suficientemente de ella?, ¿no la habría desatendido?) y serena sonrisa. Aquel dolor fue misericordiosamente disperso: los pensamientos iban del féretro de la madre a los recuerdos, a la propia infancia, incluso más allá, a la infancia de la madre, se desplazaban hacia decenas de preocupaciones prácticas, se desplazaban hacia el futuro que permanecía abierto y en el cual, como consuelo (sí, fueron un par de días excepcionales, durante los cuales él fue para ella un consuelo), se hallaba Klima.
Pero el dolor de los celos no se movía en espacio alguno, daba vueltas como un berbiquí alrededor de un solo punto. No había dispersión alguna. Si la muerte de la madre abría las puertas al futuro (un futuro distinto, más huérfano pero también más maduro), el dolor producido por la infidelidad del marido no abría futuro alguno. Todo se centraba en una única (inmutablemente presente) imagen del cuerpo infiel, en un único (inmutablemente presente) reproche. Cuando murió su madre, podía oír música, podía incluso leer; cuando tenía celos no podía hacer absolutamente nada.
Ayer mismo se le ocurrió la idea de ir al balneario y comprobar la existencia del sospechoso concierto, pero abandonó aquella idea porque sabía que a Klima le disgustaban sus celos y que no debía manifestarlos. Pero los celos corrían por dentro como un motor a toda marcha y ella no pudo hacer otra cosa que levantar el auricular del teléfono. Como disculpa se dijo que llamaba a la estación sin un objetivo preciso, por no saber qué hacer, sólo porque no podía concentrarse en la redacción de la carta oficial.
Cuando se enteró de que el tren salía a las once de la mañana, se imaginó a sí misma corriendo las calles desconocidas, buscando un cartel con el nombre de Klima, preguntando en la administración del balneario si sabían algo de un concierto en el que debía actuar su marido, enterándose de que no había tal concierto y vagando luego mísera y engañada en una ciudad extraña y vacía. Y siguió imaginándose cómo Klima, al día siguiente, le hablaría del concierto y ella le preguntaría detalles. Y tendría que mirarle a la cara, oír sus invenciones y beber con amargo placer el té envenenado de sus mentiras.
Pero en seguida se reprochó su actitud. No es posible que pase días enteros, semanas, ocupada nada más que en fisgonear y en imaginar escenas de celos. ¡Tiene miedo de perderlo y algún día lo perderá de puro miedo!
Pero otra voz respondía de inmediato con astuta ingenuidad: ¡Si no va a espiarlo! ¡Si Klima le dijo que actuaría en un concierto y ella le cree! ¡Precisamente porque ya no quiere tener celos, se toma en serio y sin sospechas sus afirmaciones! ¡Si él mismo le dijo que no tenía ganas de ir y que le horrorizaba pasar un día y una noche de aburrimiento! ¡Por eso quiere ir a verlo, nada más que para darle una agradable sorpresa! ¡Cuando Klima, al final del concierto, se incline aburrido, sufriendo al imaginar el fatigoso viaje de regreso, ella se acercará al escenario, él la verá, y ambos se echarán a reír con alegría!
Le entregó al director las cartas laboriosamente redactadas. En el teatro la apreciaban. Les gustaba que la mujer de un músico famoso supiese ser modesta y cariñosa. La tristeza que a veces irradiaba los desarmaba. No había nada que el director pudiera negarle. Ella le prometió que volvería el viernes por la tarde y que se quedaría en el teatro hasta la noche para terminar todo el trabajo. "



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