La tierra silenciada (fragmento)Graham Joyce
La tierra silenciada (fragmento)

"El retumbo, convertido ya en fragor, ahogó las palabras de Jake. Zoe enfiló la pista en línea recta, consiguiendo tracción a duras penas, intentando acelerar y alejarse de la fragorosa nube que rompía a sus espaldas como un tsunami en el mar. Aparecieron grietas quebradas en la nieve frente a ella. Inclinó los esquís hacia el borde de la pista, camino de los árboles, pero ya era tarde. Vio pasar junto a ella el traje negro de Jake, arrollado por la masa de humo y nieve, dando tumbos como un fardo de ropa en la lavandería. Acto seguido también ella se vio levantada y voló por el aire, rodando, retorciéndose, girando en medio de aquella densidad blanca. Recordó vagamente que en tales circunstancias había que protegerse la cabeza con los brazos. Por unos momentos tuvo la sensación de que se agitaba en el tambor de una lavadora, dando vueltas y más vueltas hasta caer tan pesadamente como para romperse las costillas. A continuación se oyó una especie de castañeteo, como el ruido amplificado de los maxilares de un millón de termitas masticando madera. Ese sonido le llenó los oídos por completo y apagó todo lo demás, y a eso siguió el silencio, y la absoluta blancura se degradó, primero en gris y luego en negro.
Silencio absoluto, oscuridad absoluta.
Zoe intentó moverse pero no pudo. Enseguida notó que le faltaba el aire, porque tenía la boca y los orificios nasales repletos de nieve. Expectoró parte de la nieve acumulada en la garganta. Percibió el frío goteo de la nieve en el fondo del conducto nasal. Volvió a toser y logró aspirar una bocanada de aire.
Si esperaba recobrar el conocimiento en medio de la blancura de la nieve, no fue así: todo era negrura. Podía respirar, pero apenas moverse. Flexionó los dedos dentro de los guantes de piel. Conservaba solo un micromovimiento. Advirtió que tenía las manos aprisionadas a unos veinte o treinta centímetros por delante de la cara, y los dedos totalmente abiertos. Trató de doblarlos, pero dentro del guante nada se movió más allá de esas microflexiones. Sacó la lengua y percibió aire frío.
Intentó incorporarse, pero fue en vano, y de inmediato se sumió en un estado de pánico, empezando a hiperventilar y sentir los latidos atronadores de su propio corazón. De pronto cayó en la cuenta de que acaso su vida dependiese de una bolsa de aire atrapado, y enseguida procuró respirar más despacio. Se dijo que debía serenarse. "



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