Carlota en Weimar (fragmento)Thomas Mann
Carlota en Weimar (fragmento)

"Detesto la locura, la aborrezco desde el fondo de mi alma, aborrezco a todos los genios desequilibrados, o semigenios, detesto todo emocionalismo, toda pose excéntrica. ¡Audacia y osadía, si! La audacia es todo, es lo único indispensable; pero una audacia serena, decorosa, correcta, como envuelta en el suave terciopelo de la ironía. ¡He ahí lo que yo soy y lo que quiero ser!. (...) Cómo odio la vesania, la insanidad, el genio y el medio genio desordenados, empezando por el énfasis, los gestos excéntricos, las voces, cómo los evito con toda mi alma, no sabría decirlo, es inexpresable. La audacia es lo que hay de mejor, único e inevitable, pero una audacia dulce, con modales, y muy irónica, revestida de convención, he aquí cómo la quiero, cómo soy yo. Veamos este muchacho, no recuerdo su nombre, le llamaban el Cimbre, venía de parte de Klopstock, un salvaje de frenéticos gestos, aunque en el fondo tuviera un buen corazón. Su gran asunto era un poema sobre el Juicio Final, empresa loca, obra insana, nada civilizada, monstruo apocalíptico, declamación de energúmeno. Tuve mal al corazón, como escuchando el Pobre Heinrich. Por fin el genio se tira por la ventana. Hay que librarse de esto.
»Bien. Me ha peinado convenientemente: elegancia digna, un poco pasada de moda. Si viene un visitante, hablaré de cosas indiferentes con voz mesurada, para su tranquilidad y la mía, no tendré el aire del hombre de talento en su torre de marfil, con lo cual su querida mediocridad estará a la vez impresionada y divertida. Después tendrán mil cosas que contar sobre mi fisonomía, esta frente, estos ojos descritos tan a menudo. A juzgar por los retratos, mi porte de cabeza y mi boca me vienen, simplemente, de mi abuela materna, la difunta Lyndheimer, esposa de Textor. ¿Qué ha sucedido con nuestra fisonomía? Todo esto existía hace ya cien años y no era más que la expresión de una mujer despierta e inteligente, morena y ligera. Estos rasgos que se descubrían en mi madre de un modo diferente, han llegado a ser, en mí, el signo distintivo, la “persona”, la apariencia de lo que soy, han adquirido un carácter representativo de intelectualidad, que ellos no poseían en absoluto y que no necesitaban. ¿Por qué mi físico reflejará mi intelecto? ¿No hubiera podido tener mis ojos, sin que éstos fueran forzosamente los de Goethe? Pero me parezco a los Lyndheimer: sin duda los ojos es lo mejor que tengo en mí. Me complazco en pensar que la cuna de su familia, del cual lleva su nombre, está muy cerca de las murallas romanas, en la Wettersenke, donde, desde siempre, se mezclaron las sangres antiguas y bárbaras. He aquí el origen del color de tu rostro, de tus ojos, lo que te separa del alemán, y el porqué te choca su grosería; he aquí el origen de tu antipatía hacia este pícaro pueblo, este pueblo al cual tú te opones y que has de formar al precio de una vida indeciblemente precaria y penosa; estoy aislado, no solamente por el rango, sino también por el instinto, y por este renombre conquistado en noble lucha, pero en el que siempre buscan una falta. En el fondo, para vosotros soy una carga, ¿no lo sabré yo? Ellos desconfían de tu germanidad, tienen la impresión de que haces un mal uso de ella, y tu gloria es para ellos como un odio, como una pena. Triste existencia, lucha y oposición, contra la nacionalidad que tiene el remador. Quizás es necesario que sea así; no seamos quejumbrones. Odian la claridad, ignoran el atractivo de la verdad, cosa muy deplorable. El incienso, la humareda y todos los frenesíes les son queridos; es repugnante; se confían al primer venido, al excitador de sus instintos más bajos, que les fortalece en sus vicios y les enseña a oír la palabra nacionalidad en el sentido de aislamiento y brutalidad. Perdida su dignidad, se creen grandes y magníficos, y sienten odio hacia las figuras mediante las cuales los extranjeros honran a Alemania; es lamentable. No puedo conciliarme con ellos. Que no me aman, perfectamente, yo tampoco los amo, y estamos en paz. Tengo mi germanidad para mí, que se los lleve el diablo. Creen que son la Alemania; la Alemania soy yo; aunque zozobran cuerpos y bienes, ella se perpetuaría en mí. Haced lo que queráis para quitarme lo que es mío; a pesar de todo, yo les represento. He aquí que precisamente he nacido más pronto para la conciliación que para la tragedia. La conciliación, la comprensión, ¿no es este mi fin y mi dominio? Sólo la conjunción de fuerzas diversas forma el mundo, teniendo cada una su importancia, mereciendo ser desarrolladas, y permaneciendo autónoma cada una. Individualidad y sociedad, consciencia e ingenuidad, romanticismo y sentido práctico, los dos conjuntamente y siempre igualmente perfectos; acogerlos, incorporárselos, ser la suma, avergonzar a los partidarios del principio aislado completándolo todo como su contrario… ¿Tragedia entre mí y este pueblo? ¡Vamos, pues! Podemos discutir; pero allí, en las cumbres, yo celebraré, con una chanza ligera y profunda, una reconciliación ejemplar; me uniré para engendrar el genio, la sensibilidad del brumoso Norte, expresándome en rimas mágicas, con el espíritu trimétrico del azul eterno. ¿Dime, pues, de dónde me viene el hablar tan bien? Es muy fácil; es necesario que esto salga del corazón. "



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