La azucarera (fragmento)Naguib Mahfuz
La azucarera (fragmento)

"Ver a Redwán caminando por el-Guriyya con su paso lento era algo que verdaderamente llamaba la atención. Tenía diecisiete años, ojos negros y era de complexión media, con una ligera tendencia a la gordura; su ropa era elegante, hasta el límite de ir engalanado, y su tez sonrosada reflejaba su pertenencia a la familia Effat. Irradiaba belleza y luz, y sus movimientos revelaban la coquetería de quien no ignora su belleza. Cuando pasó por el-Sukkariyya, volvió la cabeza hacia allí con una media sonrisa. Al punto, recordó a su tía Jadiga y a sus dos hijos, Abd el-Múnim y Ahmad, y al pensar en estos dos últimos lo invadió un sentimiento no carente de indiferencia. La verdad era que él no se había sentido, ni una sola vez, con ánimos para considerar a ninguno de sus parientes como un amigo en el verdadero sentido de la palabra. Rápidamente atravesó la Puerta el-Mitwali y luego se dirigió hacia Darb el-Ahmar, hasta que sus pasos lo llevaron a la puerta de una antigua casa; llamó y esperó. Esta se abrió ante el rostro de Hilmi Ezzat, su amigo de la infancia, su compañero, entonces, en la Facultad de Derecho, y su rival por lo que se veía en belleza. El rostro de Hilmi resplandeció al verlo. Luego se abrazaron y se besaron, como solían hacer al encontrarse, y empezaron a subir juntos la escalera, mientras Hilmi alababa la corbata de su amigo, cuyo color armonizaba con el de la camisa y los calcetines. A ambos se los citaba como modelo de elegancia y buen gusto, por no hablar ya de su interés hacia la ropa y la moda, que no era menor del que sentían por la política o el estudio del Derecho. Llegaron a una amplia habitación, de techo alto. La presencia de una cama y un escritorio indicaba que estaba preparada, a la vez, para dormir y estudiar. ¡Cuántas veladas habían pasado allí, estudiando, para luego dormir, uno al lado del otro, en la gran cama de columnas negras y mosquitero! El hecho de que Redwán pasara la noche fuera de casa no era nada nuevo. Desde su infancia solía ser invitado a pasar unos días en muchas casas, como en la de su abuelo Muhammad Effat, en el-Gamaliyya, o en Muñirá, en la de su madre, que no había tenido más hijos que él, a pesar de su matrimonio con Muhammad Hasan. Y por eso, y por la tendencia natural de su padre al desinterés, y porque Zannuba acogía con los brazos abiertos todo aquello que lo alejara de su casa aunque fuera por un momento, no había encontrado oposición alguna al hecho de pasar la noche en casa de su amigo, en época de estudio. Luego, el asunto se convirtió en algo habitual, y no hubo nadie que le prestara la menor atención. En este mismo clima de desinterés había crecido Hilmi Ezzat. Su padre —comisario de policía— había muerto hacía diez años, y en ese tiempo sus seis hermanas se habían casado. Él vivía solo con su anciana madre. Al principio, la mujer había encontrado dificultad para ejercer su autoridad sobre su hijo, pero luego él no tardó en convertirse en el jefe de toda la casa. La mujer vivía de la exigua pensión de su marido y del alquiler del primer piso de la antigua casa. La familia no había conocido más que estrecheces desde la muerte del padre, pero Hilmi había podido continuar su vida escolar hasta ingresar en la Facultad de Derecho, cuidando, entretanto, la apariencia respetable que su situación requería. Hilmi sentía una alegría incomparable al encontrarse con su amigo, y los momentos de trabajo o de descanso no le eran gratos más que con él; por eso su presencia le producía vitalidad y entusiasmo. Lo hizo tomar asiento en el sofá vecino a la puerta de la celosía, se sentó a su lado y empezó a pensar en la elección de un tema —¡y cuántos había!— para charlar con él. Sin embargo, en los ojos de Redwán apareció una mirada taciturna que se cruzó en la corriente de su entusiasmo. "


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