Los paraísos artificiales (fragmento)Charles Baudelaire
Los paraísos artificiales (fragmento)

"A veces me parece que oigo decir al vino —él habla con su alma, con esa voz de los espíritus que sólo los espíritus comprenden—: «Hombre, mi bien amado, quiero hacerte llegar, a pesar de mi cárcel de vidrio y mis cerrojos de corcho, un canto lleno de fraternidad, un canto lleno de alegría, de luz y de esperanza. No soy ingrato y sé que te debo la vida. Sé que eso te ha costado trabajo y sol en los hombros. Tú me has dado la vida y te recompensaré. Te pagaré mi deuda con largueza, porque siento un júbilo extraordinario cuando caigo en el fondo de una garganta sedienta por el trabajo. El pecho de un hombre honrado es una morada que me agrada mucho más que esos sótanos melancólicos e insensibles. Es una tumba alegre donde cumplo con entusiasmo mi destino. Armo un zafarrancho en el estómago del obrero y, desde allí, por escaleras invisibles, subo hasta su cerebro, donde ejecuto mi suprema danza.
»¿Oyes cómo se agitan y resuenan en mí los poderosos estribillos de los tiempos antiguos, los cantos del amor y de la gloria? Yo soy el alma de la patria, galante a medias y a medias militar. Soy la esperanza de los días de fiesta, pues el trabajo hace los días prósperos y el vino hace los domingos dichosos. Arremangado y con los codos apoyados en la mesa de la familia, me elogiarás con orgullo y te sentirás verdaderamente contento.
»Encenderé los ojos de tu anciana esposa, la vieja compañera de tus pesadumbres cotidianas y de tus esperanzas más antiguas. Enterneceré su mirada y pondré en el fondo de su pupila el relámpago de la juventud. Y a tu hijito querido, paliducho, ese pobre pollino uncido a la misma fatiga que el caballo de varas, le devolveré los bellos colores de su cuna; y seré para ese nuevo atleta de la vida el óleo que fortificaba los músculos de los antiguos luchadores.
»Caeré en el fondo de tu pecho como una ambrosía vegetal. Seré la semilla que fertilice el surco dolorosamente abierto. Nuestro íntimo ayuntamiento creará la poesía. Entre ambos haremos un Dios y volaremos hacia el infinito como los pájaros, como las mariposas, los hilos de telaraña, los perfumes y todo aquello que posee alas».
Eso es lo que canta el vino en su lenguaje misterioso. ¡Ay de aquel cuyo corazón egoísta y cerrado a los dolores de sus hermanos nunca ha oído esa canción!
Con frecuencia he pensado que, si Jesucristo compareciera al presente en el banquillo de los acusados, encontraría algún acusador público que demostraría que la reincidencia empeora su caso. En cuanto al vino, reincide todos los días. Todos los días repite sus beneficios. Eso explica, sin duda, el ensañamiento de los moralistas contra el vino. Cuando digo moralistas me refiero a los seudomoralistas fariseos.
Pero he aquí algo muy distinto. Descendamos un poco más abajo. Contemplemos a uno de esos seres misteriosos que viven, por decirlo así, de las deyecciones de las grandes ciudades; pues hay oficios extravagantes. Su número es inmenso. A veces he pensado aterrado en los oficios que no comportan alegría alguna, oficios desagradables, fatigas sin alivio, sufrimientos no compensados. Me engañaba. He aquí un hombre encargado de recoger los restos de un día en la capital. Todo lo que la gran ciudad ha desechado, todo lo que ha perdido, todo lo que ha desdeñado, todo lo que ha roto, él lo cataloga y colecciona. Compulsa los archivos del libertinaje, el cajón de sastre de los desechos, hace una cribadura, una selección inteligente; recoge, como su tesoro un avaro, las basuras que, rumiadas por la divinidad de la industria, se convertirán en objetos de utilidad o de goce. Ved cómo, a la claridad lóbrega de los faroles acosados por el viento nocturno, sube por una de esas largas callejuelas tortuosas pobladas por pequeños hogares de la montaña Sainte-Geneviève. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com